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Cómo Vive un Joven en Tijuana Tras ser Deportado de San Diego

Created: 04 February, 2019
Updated: 13 September, 2023
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5 min read

Juan Barraza

Después de vivir 27 años en el condado de San Diego, Juan Barraza, como deportado, ha tenido que enfrentar situaciones como la del pasado sábado, cuando la lluvia inundó la tienda de campaña de cinco pies cuadrados en la que vive en una plaza pública en Tijuana.

“Pero por lo menos no estuve todo el tiempo bajo la lluvia. En diciembre yo vivía en la calle”, comentó el ex residente de Escondido, Vista y Oceanside.

El domingo aprovechó un rato en que el cielo estuvo despejado para poner a secar unas cajas de cartón que pensaba colocar sobre a manera de colchón encima de una tabla sobre unos ladrillos para evitar mojarse con las siguientes lluvias.

“Es así como el colmo, porque en Escondido trabajaba en construcción, pero pues aquí no hay material o permiso para construir algo”, platicó.

Juan llegó al norte del condado de San Diego cuando tenía tres años de edad. Era residente legal y pensaba que prácticamente era estadounidense. Estudió en escuelas públicas hasta el 11.o grado, cuando lo echaron de la preparatoria en Escondido por mala conducta. Después de eso se inscribió en varias escuelas pero ya no pudo terminar la preparatoria y se dedicó a trabajar.

Hace dos años consumió mariguana y en medio de una discusión por el dinero que había gastado en comprar la mariguana, Juan perdió los estribos, agredió a su pareja, quien llamó a la policía, fue detenido, y luego entregado a la oficina de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) para su deportación a Tijuana.

“La vida me cambió muy rápido, en nada más unos días, y lamentablemente me cambió poquito antes de que hubiera tenido alguna protección”, explicó, pues unos meses después entraba en vigor la ley SB54 con la que le habrían castigado por abuso conyugal, pero sin deportación; y ahora en California los mayores de edad pueden consumir mariguana.

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Cuando llegó a Tijuana hablaba mucho más inglés que español y pronto se dio cuenta de que haber vivido en San Diego no le representaba ningún privilegio o ayuda.

Estuvo una semana en un refugio y tuvo que salir porque fue el tiempo máximo de apoyo. Por lo menos pudo llamar por teléfono a su madre para que le llevara algo de ropa, un poco de dinero, un celular desechable.

A partir de entonces se dificultó la ayuda desde el condado de San Diego y Juan Barraza ha deambulado por distintos lugares.

Sin ser adicto, consiguió trabajo en un centro de rehabilitación básicamente a cambio de un lugar dónde dormir y por tener algo qué comer, pero dijo que notó que en ese sitio jamás iban a ayudarle a progresar, querían que permaneciera en el mismo lugar, así que en cuanto pudo se marchó, a las calles.

Ocasionalmente encuentra algún trabajo como jornalero, en construcción o plomería, pintura, pero eso se presenta muy escasamente, y como no tiene todavía toda su documentación mexicana, muchas veces no le dan trabajo, y algunas ocasiones se lo dan, pero al final no le pagan.

Por todo, ha vivido temporalmente en unos seis refugios, en la mayoría solo por unos días.

“No me quejo porque de una u otra forma me han ayudado aquí en Tijuana”, por ejemplo cuando terminó el calor del verano, y pidió a José María García del refugio juventud 2000 un lugar para quedarse porque comenzaba a hacer mucho frío.

Le dieron su tienda de campaña y se quedó con otras 200 personas más en iguales circunstancias en el parque, apenas a 150 metros del muro fronterizo que separa a Tijuana de San Diego. Es uno de los domicilios donde ha vivido más tiempo.

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Por ahora Juan recurre al Seguro Popular, un sistema de salud para todas las personas que lo necesiten, sin distinción, con solo residir en la ciudad.

Su sueño ahora es tener todos sus documentos como mexicano, y hacer un examen de manejo con un camión comercial.

“Tengo 32 años y puedo todavía hacer una carrera en algo como eso, que me gustaría”, platicó.

Juan tiene muy poca ropa y menos pertenencias; todo lo suyo cabe en una mochila. Lo que ha dejado en el camino son algunos recuerdos y expectativas. “Me habría gustado que algunos de mis amigos vinieran a verme alguna vez, pero no los culpo, no es fácil andar en Tijuana si no la conoces y ni yo sé dónde voy a estar mañana o pasado”.

Lo que sí recuerda son las cosas que le gustaban, como ir a comer burritos o flautas en Pancho’s Mexican Grill cada vez que tenía oportunidad. “Oh, man; es que cocinan rico y las salsas están bien buenas”.

En confianza, dijo que ya que ve difícil que pueda regresar a California y prefiere hacer planes para abandonar un día las calles y el parque, hacerse de un departamento, comprar algunos muebles.

“También quiero hablar mejor en español; todavía se me hace difícil explicar mis sentimientos a una muchacha”.

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