Discrepar
En una convención generalmente aceptada que la política es “el arte de lo posible”. La posibilidad está obviamente acotada por la disponibilidad de recursos, por la certeza que se tenga claros los objetivos, de la habilidad para allegarse adeptos, de lograr el concurso de la mayoría de los ciudadanos para participar en tareas complejas, de poder reducir oposiciones por la vía de las concertaciones; en suma, saber negociar en una lógica de ganar-ganar (sinergia social).
Pero para sorpresa de muchos, en los que se incluyen a acuciosos investigadores de las ciencias sociales, en el periodo que nos ha tocado vivir parecería que la conducta de los políticos se orienta en el sentido opuesto. El conflicto como arma para destruir enemigos, la desvinculación con grupos aliados a los que se ignora y minimiza en los procesos de toma de decisiones y en la necedad de quien se cree poseedor de la verdad absoluta.
Ese fenómeno despreciativo se extiende por todo el planeta, e impacta a naciones que por mucho se asumen recientemente como las mejores democracias del presente y del futuro.
Lugar destacado ocupa en esa descripción el Presidente López Obrador. Su narrativa y lustros de lucha por el poder, finalmente lo premiaron con alcanzar la primera magistratura. Pero cuando era de esperar que nuevos y pacíficos aires soplaron en el ambiente político, la atmósfera se ha viciado como producto de su disparatada forma de comunicarse y pactar con los actores políticos.
El uso de una verborrea desbordada que se manifiesta en el errático y desesperante abuso del micrófono y las cámaras de televisión, la concentración de acarreados en la plaza pública para anunciar proyectos sacados de la manga o convocar al respaldo sumiso sin reflexión y serenidad han minando la confianzas que le brindó un electorado que esperaba un cambio radical en la forma de gobernar que sólo sirvió para llenar bolsillos de una camarilla ambiciosa y corrupta.
La soberbia está empeñado la oportunidad que se dio la ciudadanía de buscar un gobierno eficiente, honrado y comprometido. Al final, una nueva élite se está apoderado de jugosos puestos y contratos públicos y fieles a sus oscuros pasados vuelven a la cargada para obtener canonjías socavando las debilitadas finanzas nacionales.
Se cancelan programas de asistencia social para repetir fórmulas desgastadas de cooptación electoral. Las licitaciones públicas son oscuras y privilegian a proveedores amigos, y se lanzan mesiánicos proyectos de obra pública que desde ya lucen como elefantes blancos o son obras que no podrán tener final feliz.
Andrés Manuel López no escucha, discrepa, lanza manotazos a diestra y siniestra y se encamina a un rotundo fracaso llevándose por delante a su “amado y fiel pueblo”, que pronto le cobrará muy caro sus lamentables equivocaciones si no acierta a cambiar su desdibujado estilo de gobernar, arte, por cierto, muy complejo. Al tiempo.