Disección de la democracia hondureña
Definitivamente a la democracia es muy difícil de entenderla. Algunos periodistas, locutores de radio y reporteros de la televisión –especialmente un comentarista de Univisión que se cree el alma de los latinos— pecan por mirar a la democracia en forma superficial y sufren de una miopía política generada por su falta de entendimiento a cuestiones enteramente jurídicas y teóricas.
Les propongo hacer una disección a la democracia de Honduras. Agarremos un bisturí muy filoso y cortemos toda esa parte superficial grasosa de la democracia hondureña para observar su esencia y su funcionalidad. Entonces veremos el corazón de la política de este país concentrado en tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y contrapuestos uno al otro, tratando siempre de que uno no ostente más poder que el otro.
El gran filósofo francés, Charles-Louis Montesquieu, le puso del nombre de “Control de los balances” a la relación de estos poderes en su libro seminal El Espíritu de las Leyes.
Asimismo, una vez de haber dejado el cuerpo de la democracia hondureña abierto, observa-remos a los diversos grupos de interés promoviendo sus propias agendas políticas.
Los grupos económicos han demostrado lealtad a la nueva dictadura de Roberto Micheletti porque su gobierno les brinda la protección de su riqueza. Los grupos sociales, las asociaciones sindicales y los gremios rurales a menudo se han inclinado por la agenda del depuesto presidente Manuel Zelaya. Como todo líder de izquierda, Zelaya les promete alcanzar el cielo a través de un gobierno de igualdades económicas. Ese cuento sabemos que es sólo parte de la utopía de Carlitos Marx.
Por supuesto que no pueden faltar los demás grupos de interés, como los medios de comunicación, los cabilderos y las organizaciones económicas internacionales. Tanto el Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial fueron pilares del periodo conocido como “Neoliberalismo” o las políticas que dejaron al mundo al borde de la banca rota.
Todos estos grupos de interés, sin excepción, se pelean unos contra otros para determinar la agenda del gobierno. En su afán de influenciar debilitan el control y los balances del sistema político.
En el caso hondureño, raras veces se ha visto a un sistema político balanceado. Durante la época neoliberal, tanto el Partido Nacional como el Partido Independiente (anterior a Zelaya) fueron hegemonizados por contingentes de la derecha.
Además, el Poder Judicial no tiene un valor real en el gobierno. Los jueces de la Corte Suprema se han distinguido por ser los “mequetrefes” del presidente. Raras veces han demostrado objetividad con la ley y autonomía institucional.
El hecho de que muchos comentaristas y periodistas de Univisión busquen en la Constitución hondureña un argumento para avalar la destitución del gobierno de Zelaya es uno de los principales indicadores de la falta de conocimiento de la teoría democrática.
En términos concretos, aquí en Estados Unidos o en cualquier país de América Latina, el Ejecutivo y el Legislativo tienen toda la potestad de cambiar la Constitución del Estado. Claro, cuando esto sucede, se ve claramente que existe una crisis política institucional.
Sin embargo, lo anterior no le da a nadie el poder de promover un golpe de estado. Por consiguiente, el gobierno de Michelleti es autoritario, dictatorial, usurpador e ilegal.