Domingo de Ramos: visión panorámica de los misterios pascuales
En Domingo de Ramos la liturgia ofrece una visión panorámica de los misterios que contemplaremos más detenidamente durante la Semana Santa o Triduo Pascual: la Institución de la Eucaristía, la Pasión y muerte del Señor y, finalmente, la predicción de su Resurrección.
En las ricas lecturas de este domingo se recogen numerosas frases y expresiones que luego han pasado a ser parte de la liturgia dominical y de otras devociones. Pero, sobre todo, nos van mostrando como cada uno de los sucesos de la Pasión de Cristo habían sido anunciados por los profetas en las Escrituras y por Cristo mismo, confirmando así que éste era el que había de venir.
La lectura durante la procesión con las palmas nos ofrece un marcado contraste con las lecturas durante la misa. A la entrada a Jerusalén, Jesús es recibido con cantos de gozo y alabanza por parte de la multitud que había venido a creer y tener esperanza en Él como enviado de Dios: ¡Hosanna Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Es Jesús, el profeta de Nazaret! explican unos a otros que preguntan por qué tanta conmoción. Podemos imaginar a los Doce algo perplejos y confusos. El Maestro ha estado hablando de que se acercaba su hora de sufrir y que para eso había de ir a Jerusalén. Y sin embargo, por el momento, todo son halagos y gestos de bienvenida como las capas y las ramas tendidas en el suelo a su paso montado en un simple burrito.
Pero todo esto queda lejos, cuando ya dentro de la misa nos enfocamos en el momento en que Cristo se dispone a celebrar la Pascua con sus amigos más cercanos.
En primer lugar, vemos cómo Jesús nos deja el tesoro de la Eucaristía, la forma en la que quiere que le recodemos y con la que quiere hacerse presente entre nosotros. Vemos también la traición de Judas, que lo vende por dinero aunque luego se arrepienta; pero también la de Pedro, que lo negará tres veces por temor a correr la misma suerte. La debilidad de Pedro y de los otros apóstoles queda también al descubierto cuando no pueden mantenerse despiertos y acompañar a Jesús en oración en el Huerto de los Olivos, a pesar de que Él les ha rogado con insistencia que lo hagan. Queda así claro que no es por los méritos ni fortaleza de ellos que Jesús los ha escogido para la misión y que sin Él y sin su Espíritu nada podrán.
En el Huerto como en la cruz Jesús se siente solo. Su sufrimiento se refleja bien en la frase del salmo, que luego Él gritará desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” En su humanidad, Jesús es tentado por la duda.
¿También tú, mi Dios, me has abandonado? ¿Tiene verdaderamente sentido todo este sufrimiento? Pero Jesús saca fuerzas de flaqueza y, en un último acto de fe, se entrega de nuevo al Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu.”
Las lecturas nos dejan en un suspenso que solo se resolverá en la Vigila Pascual. ¿Qué va a pasar ahora? Cristo está muerto y sepultado. Sin embargo, todavía nos ofrecen un par de enseñanzas adicionales. La primera es que entre todos los seguidores de Jesús, las únicas que lo han acompañado desde el principio hasta el final son un grupo de mujeres muy cercanas a Él. Lo acompañaron y sirvieron durante su predicación, y de camino al monte Calvario con la cruz a cuestas.
Acompañaron a su Madre dolorosa al pie de la cruz y ahora lloran su muerte frente al sepulcro. No es gratuitamente que la Escritura hace notar la fidelidad de esas mujeres hacia Jesús. Y Jesús, como sabemos, recompensará esa lealtad permitiendo que una mujer sea la primera en verlo y en dar testimonio tras la resurrección.
Finalmente el evangelio apunta a que la historia no acaba aquí. Los sacerdotes y fariseos, conocedores de que había dicho que resucitaría a los tres días, toman todas las precauciones posibles para que nadie pueda robar el cuerpo y reclamar que Jesús haya resucitado. No sólo piden guardias sino que hacen sellar la entrada del sepulcro. Con esto, las lecturas nos preparan para darnos cuenta el Domingo de Resurrección que si la tumba está vacía, realmente no ha sido por obra de los hombres.
Que el Señor nos conceda acompañarlo serenamente en estos misterios pascuales y que salgamos de ellos renovados en la fe, la esperanza y la caridad.
Así sea.