Dueños del Mismo Dolor
Este cuento se desarrolla en una cantina de la ciudad de Guadalajara, en donde un hombre estadounidense de unos 75 años de edad, y originario de Dallas, Texas, acudió para echarse unos tequilas y olvidar sus penas.
“Uno tequila por favour”, dijo el personaje conocido como Jerry Jones y quien es el propietario de los Cowboys de Dallas en la NFL.
Aquejado por una franca depresión debido a la pésima temporada que ha tenido su equipo, el gringo optó por buscar en ese antro de la Perla Tapatía algún consuelo para sus penas.
Tras tomarse el primer “caballito” de Sauza Reposado, a Jones le entró lo valentón.
“Otro por favour, pero esta vez que sea double”, le dijo al cantinero.
Ya con sus copitas encima, Jones comenzó a ponerse triste y melancólico hasta que las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.
En la cantina, un hombre regordete con más de 50 años de edad a cuestas, se le acercó al estadounidense.
“¿Cómo se llama amigo?”
“Yo llamarme Jerry”.
“Mucho gusto Don Jerry, mi nombre es Jorge”.
“A ver mi Jerry, ¿por qué lloras, qué te sucede?”, le preguntó Jorge Vergara, mejor conocido en México como el flamante propietario de las Chivas del Guadalajara.
“Es que yo estar triste porque haber gastado muchos millones de dólares para mi equipo y no voy a estar en los playoffs, no ser justo”.
“¿Tú comprender amigo?”.
Al escuchar las palabras de Jones, Vergara pidió un tequila.
“Sírveme uno”, le dijo el empresario tapatío al cantinero.
Y después del primero, Vergara se echó dos y tres y cuatro tequilas más para después reventar en llanto.
“¿Ahora que pasarle a usted amigo? ¿Por qué llorar?”
“Es que me gasté mucho millones de dólares para contratar jugadores y ni siquiera pudimos llegar a la Liguilla, a los los playoffs pues, como les dices tú”, dijo Vergara. “Qué dolor… qué tristeza”,
“Lo sé amigou, sé lo que tú sentir”.
“I am sorry for you, pero no preocuparte, aquí estar yo para que llorar lo que quieras en mis hombros”.
“Gracias Jerry, tú si eres a todo meter, no como otros que ante el fracaso me han dejado sólo”.
“¿A todo meter? ¿Qué ser eso?”
“Que eres cuate, carnal, valedor”.
“No entender tus palabras, pero espero que san buenas para mí”.
“Nadie nos entiende mi Jerry”, dijo Vergara mientras alzaba la botella del Sauza Reposado para servirse un caballito más y compartir el brebaje de maguey jalisciense con su nuevo amigo.
“Gastamos tanto dinero y los jugadores no hacen su chamba, creen que porque somos millonarios podemos aguantar lo que sea y pues no es así”.
“A uno le duele ver a su equipo perder, le duele ver que los aficionados ya ni nos pelan”.
“Ay… ay… ay… qué triste…qué triste me siento mi Jerry”.
“Ay…ay… ay… eso sonarme a una canción mexicana”.
“Si mi Jerry, es esa que dice: ay… ay… ay… canta y no llores…”
“Sí, esa ser la canción y yo sabérmela muy bien”.
“Pues órale mi Jerry, vamos cantándola juntos a ver si así se nos olvida la pena por la que estamos pasando”.
“Ok, yo estar listo.”
“Pues yo también”.
“A ver mis mariachis, gritó Vergara, vengan a tocar que tenemos ganas de echarnos un palomazo”.
Y así, Jerry y Jorge comenzaron a sacar su depresión entonando:
“Ay… ay… ay…ay… canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones”.
Abrazados y apoyándose el uno al otro para no caerse al suelo, ambos magnates del deporte abandonaron la cantina.
Mientras se alejaban del lugar, en las calles de Guadalajara resonaban las voces de nuestros dos amigos de este cuento que durante toda la noche recorrieron la ciudad cantando: “ay… ay… ay… ay… canta y no llores”.