El Bueno, el Amlo, y el Feo
Terminó un largo 2017, los sucesos nacionales e internacionales son un largo listado de momentos álgidos, críticos, delicados y preocupantes; el balance no es lo bueno que hubiéramos esperado y deseado hace 365 días.
En entregas anteriores hemos abordado los pros y los contras de un año intenso, con momentos relevantes a partir del relevo gobierno y el inicio de la era trumpiana: Los procesos de cambio, caracterizados por el propósito de romper de tajo con el ritmo de la administración anterior han sido mayores que el resultado efectivo en su instrumentación; pero tampoco es previsible que vayan a cambiar los objetivos del “Hacer a América grande otra vez”.
En México, los efectos no fueron lo negativo que en su momento llegó a temerse, incluyendo el rompimiento de la respetuosa relación a partir de algunos exabruptos expresados más en la lógica de un proceso ríspido de negociación que de actos consumados. Los vínculos son muy grandes para romper una relación de conveniencias en materia económica y política. No es tiempo del patio trasero, sino el de reconstruir y reorientar las formas de convivencia en un marco de respeto y búsqueda de puntos convergentes.
El proceso electoral de 2018 será un caldo de cultivo muy delicado que puede agudizar las desavenencias, los candidatos tendrán que manifestarse, más temprano que tarde, acerca de las relaciones con los vecinos del Norte y de Sur, y la retórica resultante dará para todo tipo de expresiones en la búsqueda de convencer a un electorado sumamente incrédulo sobre la verdadera intensión de los contendientes y sus intereses partidistas.
Respecto al MALO, perdón AMLO, se puede anticipar, después de 18 años de estar buscando llegar a la presidencia, cuál será la tónica de su mensaje. No se prevé nada nuevo, las mismas frases, las mismas quejas, la misma incidía y poco proyecto. Los pirruris serán banquete para su apetito político, para ellos tendrá un arsenal de adjetivos que ya ha practicado y depurado desde la vieja competencia entre Cárdenas, Labastida y Fox en el 2000, ó Calderón y Peña en el 2012. En 2018 los nombres en juego serán Meade y Anaya.
La pregunta de fondo es quién asumirá el papel del BUENO y cual el FEO de ese singular trío de actores electorales. Y el asunto, por supuesto, va más allá de las simples apariencias físicas.
No queda claro, a días de iniciada la contienda, quién es quién, a uno – Meade – le pesa el membrete que lo encumbró y el desprestigio acumulado por la corrupción y la inseguridad prevaleciente, amén de la deteriorada imagen del actual mandatario que se obstina en impulsar sus fallidas e impopulares reformas y se inmiscuye en el diseño y accionar político de su elegido el que presume, sin comprobar, estar alejado de cualquier compromiso partidario al tiempo que ofrece discutibles credenciales de eficiencia por haber sido parte del gabinete de dos administraciones de diferente color.
Al otro – Anaya – se le señala de haber actuado tramposamente para hacerse de la nominación de un imaginario “Frente”, incumpliendo acuerdos a fin de ser beneficiado a toda costa, además de no haber logrado limpiar del todo su nombre de acusaciones que comprometen su honestidad, además de nunca haber ocupado puesto de importancia en la administración pública.
Pero sólo un de los tres será el BUENO y el primero de julio de 2018 se sabrá a quién la ciudadanía escoge, en el ejercicio responsable de civilidad, otorgándole su voto y su confianza. De ese proceso daremos testimonio y elementos de análisis que coadyuven al mejorar el entendimiento del trascendente proceso electoral.