El Pasado
Hablar sobre el pasado es adentrarse en un complejo viaje por el tiempo.
El pasado es una dimensión que se presta a varias interpretaciones, la más elemental siendo es desentrañar qué tan pasado es el pasado.
En las últimas semanas, y como resultado de una grave carencia de inteligencia y de contenidos, los candidatos a ocupar la silla presidencial el primero diciembre de 2018, y los siguientes seis años, se desgastan el cerebro elucubrando sobre el pasado de sus adversarios a quienes acusan de querer reeditar el pasado para restaurarlo en el porvenir inmediato, el periodo del 2018 al 2024.
En uno más de sus contrasentidos, el representante del partido en el poder acusa a “ya saben quien” de querer reeditar políticas que, en su opinión, ya no son aplicables. Lo grave del tema es que son las mismas políticas que los gobiernos emanados de su franquicia política impusieron por muchos decenios (justicia y liberalismo social; o lo que es lo mismo: populismo y tecnocracia). Ni más ni menos que 80 años de desempeño improductivo y la más de las veces corrupto.
Pero no menos corto, y con la misma visión distorsionada, el candidato de la “¡verdad absoluta!”, a su decir, no sólo incurre en el mismo despropósito, sino invoca a autores que ni en su mejor momento lograron efectividad como la del impulsor del modelo de desarrollo estabilizador, preámbulo a las crisis de los años 70s y 80s.
Por su parte, la joven promesa del partido conservador, que en realidad es una cofradía de amigos que a través de las peores artes de manipulación se hicieron de su control, ofrece ser el impulsor de políticas públicas que están en franco desuso y que amparan una utópica distribución equitativa del producto. Ni en sus momentos más arrebatados, Karl Marx se dibujó como un profeta tan bondadoso. No hay economía ni recursos que puedan ser gestionados a partir de esa falacia.
De una mente que carece de originalidad propia, y que está atada a las más retrógradas prácticas de quien en su momento impulsó una guerra sin sentido ni lógica. No logra, siquiera, proponer un proyecto que vaya más allá del mensaje cursi y sin contenido de una sobrecargada imagen de género.
Lo que estamos esperando, desde ya, es información que permita valorar seriamente las diferentes opciones electorales, y que los protagonistas ofrezcan ideas y proyectos con la solidez técnica requerida; baste referir el absurdo de tener como tema central de la deliberación electoral, y eje del futuro del país, la suerte de una aeropuerto que al margen de ser o no necesario, representa sólo 350 hectáreas de terreno, mientras que los dos millones de kilómetros cuadrados restantes del país no son, ni por equivocación, considerados para proponerlos miles de proyectos agrícolas, industriales y comerciales que demanda la población para su sano y acelerado desarrollo. Que ceguera y desperdicio de recursos, el país merece mejor suerte.