Espíritu polarizante
Newt Gingrich no es un político convencional. Fue una figura polarizante cuando presidió la Cámara Baja del Congreso.
La esencia de su espíritu divisorio todavía lo acompaña en su meta de llegar a la máxima magistratura de la Casa Blanca. Solo lo abandonará cuando decida ponerle fin a su carrera política.
Mientras tanto, Gingrich vive para crear fisuras. Se parece mucho al perro del hortelano que, en su afán de cuidar las frutas de su amo, no come ni deja comer.
En pocas palabras, Gingrich es un politiquero de pura sepa. Lo fue ayer, lo sigue siendo hoy y será así mientras siga conectado a la política.
Su atrevida posición en torno a la cuestión migratoria, a pesar de ser la más congruente y la más racional de los republicanos, no hizo más que perforar el pecho de las bases conservadoras y darle un aliento a las minorías moderadas de su partido.
“A nadie le gustaría deportar a una persona que obedece las leyes, que tiene familia (hijos e hijas) y ha vivido más de 25 años”, dijo durante el último debate republicano.
Cuando Gingrich presidió la Cámara Baja del Congreso (1995-1999), se convirtió en el lanzapetardos de su partido. Con el afán de anteponerse a las políticas del ex presidente Bill Clinton, particularmente en cuestiones de medioambiente, educación y seguro médico, hizo cerrar temporalmente las oficinas dependientes del gobierno federal.
En enero de 1997, la Cámara de Representantes votó para disciplinarlo por un cargo ético. Gingrich fue acusado por utilizar fondos de una organización nolucrativa para solventar el costo de un curso privado de Historia, “Renovando la Civilización Norteamericana”, el cuál estaba ligado a una propuesta política que le beneficiaba.
Para librarse de toda culpa, dio información falsa a un comité de ética de la Cámara Baja. Luego, después de una investigación minuciosa, el Congreso lo halló culpable y le obligó a pagar una multa de $300,000 dólares.
Dos años después, bajo presión de su partido, Gingrich desistió sus funciones en el Congreso y prometió no participar en las elecciones de su distrito.
Hoy, para desgracia de los conservadores y beneplácito de los demócratas, su postura promete radicalizar a sus compañeros de equipo, particularmente a Mitt Romney, hijo predilecto de los republicanos.
“La propuesta de Gingrich establecería magnetos sociales que incrementarían la inmigración “ilegal” hacia los Estados Unidos”, dijo.
Romney va a tener que optar por el extremismo para ganar los votos de sus bases en las primarias de su partido. Lamentablemente una posición radical no le dará frutos en un enfrentamiento contra Barack Obama en las elecciones presidenciales de noviembre 2012.
Si Gingrich sorprende a los republicanos y se anota una victoria en las primarias, su historial polémico difícilmente le permitirá volcar un electorado nacional que lo conoce por su postura polarizante.
Para los Latinos fue una victoria su posición pro-inmigrante, pero para las bases republicanas fue una daga en el pecho.