Francisco, Año Primero: Misericordia, Encuentro y Misión
Muchos son los análisis y valoraciones que se han hecho en estos días con respecto al balance del primer año del Papa Francisco. En esta semana que marca el aniversario del comienzo oficial del pontificado (19 de marzo) yo quisiera añadir tres palabras, siguiendo el estilo pedagógico del propio Francisco: encuentro, misericordia y misión.
Empiezo con la misericordia, un tema central de su enseñanza. Durante este primer año, Francisco ha repetido una y otra vez que Dios no se cansa de perdonarnos, que somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón. Ha comparado a la Iglesia con un hospital de campaña que debe acoger y atender a los heridos y moribundos de ese campo de batalla diario que es la vida. Y nos ha dicho que la Iglesia ha de ser como la casa del padre misericordioso, que da a sus hijos todo lo que tiene, y que no se cansa de esperar al que se ha marchado y sale a encontrarlo al camino cuando lo ve regresar.
Pero ¿de dónde le viene al Papa Francisco esta sensibilidad especial hacia la misericordia divina? Para entenderlo debemos primero remontarnos a su infancia, al Colegio de la Misericordia en el Barrio de Flores, en Buenos Aires, donde Jorge Mario Bergoglio recibió su educación primaria. La escuela estaba regentada por la congregación religiosa de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, quienes aparentemente imbuyeron en el corazón y la mente del pequeño Jorge esta noción de Dios como un Padre misericordioso desde muy temprano. También su lema episcopal, “miserando atque eligendo” (mirándolo con misericordia lo eligió), que luce ahora también en su escudo papal, nos dice que esa lección bien aprendida le ha seguido acompañando en su vida adulta como sacerdote y obispo. Es como sí quisiera asegurarse de que todos entienden que es solo por la misericordia divina que es lo que es y hace lo que hace.
En segundo lugar, quiero resaltar la cultura del encuentro a la que está llamando a toda la Iglesia y a la sociedad civil.
Esto va más allá de un estilo o una preferencia personal. Sí, al Cardenal Bergoglio no le gustaba estar encerrado en una oficina y en un palacio. Ha vivido siempre yendo al encuentro del otro, especialmente del pobre y el necesitado —de quién dice tenemos mucho que aprender— pero también del que es o piensa diferente. Sólo en ese contexto de diálogo y encuentro pueden ser las mentes y los corazones evangelizados. Sólo así construida la paz y la convivencia social. La Iglesia, dice, debe preocuparse en formar discípulos misioneros que salgan al encuentro del otro.
Por otro lado, su propio contexto de religioso jesuita le hace buscar comunidad, prefiriendo la casa de huéspedes al palacio apostólico. Pero también es, a un tiempo, protagonista y producto del contexto eclesiólogico latinoamericano donde la Iglesia sin dejar de ser jerárquica posee, en general, un carácter mucho más comunitario y misionero. De ahí en énfasis en los procesos más que en los eventos.
Finalmente, quisiera resaltar el tema de la misión. En su exhortación apostólica, La alegría del Evangelio, el Papa Francisco propone poner a toda la Iglesia en estado misionero. Hay que redescubrir la misión como algo esencial a la vida de la Iglesia, de cada cristiano y de cada comunidad. Francisco hace así extensible a toda la Iglesia el trabajo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil en 2007 en cuyo documento final él tuvo una gran influencia como presidente de la comisión de redacción.
Aparecida llama a la Iglesia latinoamericana a un cambio de mentalidad, a entrar en un proceso de conversión pastoral profunda. Esta propuesta de renovar las comunidades eclesiales y estructuras pastorales para encontrar los cauces adecuados para la transmisión de la fe en Cristo como fuente de una vida plena y digna para todos, es la que hace ahora Francisco a la Iglesia universal, comenzando por el Vaticano.
Francisco llama a todos y cada uno a un encuentro personal con Cristo. Éste produce una conversión que impulsa al encuentro con el otro y que es incompatible con la indiferencia y con la inactividad personal en la práctica de la misericordia.
El rostro misericordioso del Padre ha encontrado un apóstol. En él, enseñanza y gesto se unen; palabra y acción van de la mano. Seguirlo de cerca ha sido a la vez emocionante y agotador. No puedo esperar a ver qué nos depara el segundo año de Francisco. Pero de una cosa estoy segura: su capacidad de sorprender parece inagotable.