La incineración de los años viejos
America’s Voice
Al revisar mis archivos electrónicos me encontré con un artículo que escribí en los últimos estertores de 2004 y que publicó el diario el 1 de enero de 2005 sobre la tradición que observa la gente de los Andes sudamericanos de quemar los años viejos para dejar atrás las malas vibras de los 12 meses que ya pasaron.
Con una nostalgia abrumadora de un tiempo que viví en Quito recordé cómo allá, al pie de las cumbres nevadas y ocho mil pies más cerca de las estrellas, esos muñecos del tamaño natural de seres humanos que fabrican los serranos con la ropa vieja quedan convertidos en cenizas en instantes.
Mi referencia a los años viejos tenía que ver con lo mal que le había ido a los inmigrantes hispanos de Carolina del Norte en 2004, un año que yo hubiera querido quemar, como se hace en las verdes cadenas de montañas del sur.
Ese 2004 había iniciado con el sonido de destape de los corchos de las botellas de champaña y la infausta noticia de que a los indocumentados se les había abrogado la gracia obtener licencias de conducir.
La orden administrativa emitida en Raleigh indicaba que la medida entraba en vigor el 2 de febrero.
El gobernador de filiación demócrata había terminado haciéndole caso a sus adversarios republicanos que lo acusaban de ser permisivo con los inmigrantes, y éstos pagaron los platos rotos del rifirrafe entre los líderes de los dos partidos políticos.
Desafiando un invierno brutal, centenares de miles de hispanos acamparon sobre la nieve frente a las 127 oficinas del Departamento de Vehículos Motorizados de Carolina del Norte para sacar los últimos permisos de manejar bajo las antiguas reglas.
Paradójicamente ese “revolú” ocurría en los mismos días en que el entonces presidente George W. Bush pronunciaba su discurso “compasivo” sobre la suerte de los recién llegados.
El 7 de de enero de 2004 Bush decía: “trabajadores que sólo buscan ganarse la vida terminan en las sombras de la vida esta-dounidense – temerosos, frecuentemente abusados y explotados. Cuando resultan ser víctimas del crimen tienen miedo de llamar a la policía o buscar un recurso en el sistema legal. Están separados de sus familias que se encuentran lejos, con el temor de que si salen de nuestro país a visitar a sus parientes, probablemente nunca puedan regresar a sus empleos”.
Los activistas de los dos lados opuestos del espectro político criticaron la iniciativa del ex mandatario que habló de la necesidad de arreglar el “quebrantado” sistema de inmigración.
La promesa de Bush se fue como las cenizas que quedan de los años viejos, algunas difuminadas por las corrientes de aire y otras dirigidas a las alcantarillas por el agua que lanzan las mangueras al efectuarse las “mingas” de limpieza de año nuevo.
El gobierno de Bush expiró sin que hubiera reforma migratoria integral gracias a los ingentes esfuerzos de los legisladores republicanos más recalcitrantes y la indiferencia de los legisladores demócratas que enterraron el royecto McCain -Kennedy.
Hoy nuevamente nos encontramos frente a la encrucijada de ver que los políticos consideran a los hispanos como una mercancía barata que pueden desdeñar.
El 2009 fue un año para incinerar, con más arrestos y deportaciones que en los tiempos fatídicos del cierre de la Administración de Bush y la promoción de los programas 287(g) y Comunidades Seguras.
Lo que se vislumbra de 2010 no es más alentador: está la promesa incumplida del presidente Barack Obama y su mutismo de pronunciar “reforma migratoria integral”, unas palabras que habíamos venido escuchando repetidamente de sus propios labios desde las inmarcesibles manifestaciones de la primavera de 2006.
Sin embargo, acabo de recibir un mensaje de texto en mi celular que me pide llamar al 1-(866) 974-8813 para reclamarle al presidente que actúe respecto a la reforma migratoria.
Sólo nosotros podemos hacer que las cosas cambien. Se tiene que llamar a la Casa Blanca y prepararse para la manifestación que se llevará a cabo en Washington el 21 de marzo.
Yo no quiero quemar las malas vibras de más años viejos.