La Noche en que Resucitó Razón
No llores por lo que perdiste como cobarde cuando como hombre no supiste defenderlo.
No te quieras hacer pasar como la víctima cuando en realidad tú fuiste el que causó el mayor de los daños.
No culpes a otros por los actos de vergüenza que le enseñaron al mundo que eres un ser intolerante, violento e incapaz.
Los argentinos deben de dejar de engañarse a si mismos y tomar responsabilidad de sus actos y su conducta.
Los argentinos deben de dejar de decirle al mundo que les robaron la final de la Copa Libertadores que se efectuó en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid.
Los argentinos no tienen ningún derecho a decir que el partido para dirimir al campeón de de Sudamerica debió jugarse en su país.
Es mentira que España les haya robado a los argentinos el duelo histórico entre Boca Juniors y River Plate.
Mas bien, España fue la que vino a salvar del caos y la barbarie al campeonato de futbol más antiguo del mundo.
La final de la Copa Libertadores no se pudo jugar en Argentina porque en esa sociedad de fanáticos enloquecidos no existe ni la conciencia ni la razón.
En lugar de gritar a los cuatro vientos que la Copa Libertadores les fue robada, los argentinos debieron de haber hecho todo lo posible por demostrar que son capaces de cuidar su más preciado tesoro.
En Argentina, el futbol representa una pasión que fácilmente se transforma en un fanatismo exacerbado que termina por corromper la razón.
A tal grado llega la descomposición mental de muchos argentinos que en su locura han llegado creer que Diego Armando Maradona es hijo de Dios.
Por si misma, esa ya es una señal de las alucinaciones que invade a muchos argentinos cuando de distinguir entre la fantasía y la realidad se trata.
Desde que se anunció que el partido ente Boca Juniors y River Plate se trasladaba a Madrid, los argentinos tomaron el desafortunado papel de víctimas.
Nadie, más que los argentinos, tienen la culpa de que el orgullo de su país haya tenido que ser secuestrado como una medida extrema para tratar de salvarlo.
Efectuar la final de la Copa Libertadores en la casa del Real Madrid era la única manera de darle conclusion a una capítulo que debió de haber terminado hace mucho tiempo.
Es una blasfemia afirmar que al llevar la Copa Libertadores al Santiago Bernabéu, España actuó como el imperio conquistador que siglos atrás pisoteó, aniquiló y saqueó a los pueblos del continente americano.
En este caso, España actuó como la república garante y salvadora de un pueblo que estuvo a punto de matar lo que más quiere, lo que más ama, lo que más adora: el fútbol.