La Planeación
Al finalizar el siglo XX, parecía que la humanidad finalmente había logrado capitalizar todas sus experiencias y se abría el tiempo para cosechar y disfrutar un mundo perfecto.
Pero se acababa un época dominada por guerras, las crisis económicas mundiales eran enfrentadas con oportunidad y al menor costo posible, se imponía la sensatez de los gobernantes que trazaban esperanzadores escenarios para el siglo XXI, el comercio internacional ya no era la manzana de la discordia para conquistar y conservar los mercados; se compartía una visión global. Los conflictos internacionales se canalizaban razonablemente a través del diálogo y los organismos mundiales multilaterales lograban consensos para instrumentar acuerdos sinérgicos de ayuda mutua.
El naciente optimismo pronto se fracturó con la irrupción de un fenómeno que si bien ya había mostrado fuerza destructiva, no había tocado los grandes símbolos del poder como fue la destrucción de las torres gemelas en el fatídico 11 de septiembre del 2001.
El terrorismo se adueño desde entonces del nuevo escenario mundial descomponiendo los escenarios deseados de orden y de paz. Se cimbraron las finanzas mundiales, cambió las formas de convivencia, alteró los protocolos de movilidad particularmente el aéreo que cada día se supedita a medidas estrictas de control y supervisión; el miedo está presente en todas las terminales del mundo, no hay lugar que no pueda ser violentado, aun en la forma más elemental como el traslado seguro por una calle.
La crisis de las hipotecas del 2008 vino a sumarse a ese mundo trastocado y sin aliento, y los procesos políticos de los últimos años. En los cinco continentes, se evidencian la desconfianza e inconformidad de los ciudadanos que exigen soluciones de fondo y, en muchos casos, radicales para generar armonía en sus vidas personales, familiares, regionales y continentales.
Los gobiernos se observan como naves sacudidas en océanos de violentas tormentas en donde ningún viento contribuye a llevarlas a buen puerto. Las autoridades se desgastan tan pronto asumen el poder y antes de lograr siquiera orientar sus promesas más elementales de gestión. La cuestión es si es posible encauzar de nuevo los programas para poder mantener los objetivos y alcanzar las metas reclamadas.
El antídoto que podría ser el factor estabilizador y orientador está cimentado en las herramientas que se disponen para instrumentar procesos de planeación. El primero de ellos es la “visión”, sin ella es improbable alcanzar la meta, en indispensable partir de un diagnóstico realista, las falsas promesas pronto se desvanecen ante realidades que limitan y cancelan las posibilidades de acción.
En indispensable priorizar los programas de trabajo para capitalizar recursos escasos, las obras de relumbrón sólo satisfacen el ego del gobernante populista y, lo más importante que es lograr la comprensión y compromiso de la sociedad a través de mecanismos eficientes de comunicación y divulgación.
No es la imagen del político la que moviliza, son las causas las que animan la participación de la comunidad. Parece que algo tan elemental está fuera del foco de los partidos y de los políticos que se empeñan en desgastar energías en luchas estériles que buscan acaparar beneficios para los más cercanos, muchas veces familiares o grupos colaboracionistas sin mayor representación.