La prensa

Navidad y Año nuevo en los campos

Created: 23 December, 2010
Updated: 13 September, 2023
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4 min read

    Recientemente el Secretario de Agricultura, Tom Vilsack, mencionó en una reunión con líderes cristianos que más de la mitad de los alimentos que consumimos en este país pasa por manos inmigrantes. También dijo que, desafortunadamente, muchos trabajadores del campo y sus familias se encuentran entre aquellos que más sufren la carencia de alimento para su propio consumo.

    El comentario me hizo regresar mentalmente a un episodio que vivimos en las llanuras del noreste de Colorado hace seis o siete años. No hacía tanto que los sembradíos cerca de Greeley, Brighton, Ft. Lupton, Ft. Morgan y otras comunidades agrícolas de la zona habían estado llenos de maíz, cebollas, papas, trigo, heno, girasoles, calabazas y una rica variedad de frutas y verduras. Pero para diciembre, las cosechas de verano y otoño ya habían terminado y la desolación del invierno había llegado con sus campos ahora desérticos salpicados de hielo y nieve aquí y allá.

    Dos religiosas, que en aquel entonces eran parte del equipo pastoral de la oficina hispana arquidiocesana, visitaban con frecuencia a los trabajadores migrantes y a sus familias en los campos. Trataban de atender tanto a sus necesidades espirituales como materiales. Buscaban sacerdotes para celebrar misa el fin de semana en los campos y seminaristas y laicos para ayudar con la catequesis, pero también recolectaban cobijas (mantas) y ropa de abrigo para ayudarles a sobrellevar el soleado pero frígido invierno en Colorado.

    La comida era causa de gran preocupación. Durante los meses de invierno, muy raramente los trabajadores del campo tienen algún ingreso. Tradicionalmente, algunos se marchaban hacia climas más cálidos, como Texas o Florida, donde todavía había algo de trabajo recogiendo productos como la fresa y la naranja. La mayoría de ellos, sin embargo, especialmente los inmigrantes, solían regresar a casa con sus familias cruzando la frontera. Las cosas habían cambiado en años recientes. El mayor control fronterizo no había venido acompañado de un programa flexible de visados para trabajadores agrícolas que se adaptara a la demanda del mercado de mano de obra extranjera en la agricultura.

    Haciendo frente a las perspectivas de no poder regresar para la próxima cosecha, cada vez más trabajadores comenzaron a tomar la difícil decisión de enviar sus ganancias a sus lugares de origen pero quedarse en las zonas agrícolas y arreglárselas como pudieran durante la temporada baja. Enfrentados con la alta probabilidad de no poder traer de vuelta legalmente a trabajadores muy hábiles y leales, algunos de los cuales habían trabajado para ellos durante muchos años, algunos rancheros y agricultores empezaron a permitir que los trabajadores migrantes  usaran los alojamientos temporales para vivir durante la temporada baja. En la mayoría de los casos, sin embargo, muchos de estos locales no incluían calefacción y dependía de ellos el buscar alimento y otras necesidades.

    El relato de las hermanas sobre la desesperada necesidad de comida en los campos tan cerca de la Navidad nos dio escalofríos. Aunque había pasado el tiempo de pedir cestas adicionales de comida a nuestros habituales benefactores navideños, corrimos la voz de alerta entre amigos y voluntarios. También compramos sacos grandes de harina, azúcar y frijoles e hicimos porciones más pequeñas con ellos. Alcanzamos a preparar canastas para varias docenas de familias. Las religiosas partieron hacia los campos con algunos voluntarios, cada una en distinta dirección. Era el día 23 de diciembre.

    Al regresar las hermanas relataron con emoción indescriptible la admiración y gratitud con que las familias migrantes habían recibido las tan necesitadas canastas de alimentos. En uno de los campamentos donde vivían varias familias, una persona abrazó emocionada a la “madrecita” (término cariñoso con el que los mexicanos se dirigen a las hermanas religiosas) mientras exclamaba, con lágrimas en los ojos, “¡ahora sí es Navidad!” y le invitaron a quedarse un rato y a cantar con ellos villancicos navideños llenos de gozo.

    Es importante que nos demos cuenta de que, demasiado a menudo, la misma gente que hace posible que haya comida en nuestra mesa no tiene nada que llevarse a la boca para ellos mismos. De alguna manera, el Niño Jesús aquel año nos llevó a un pesebre que no estaba tan lejos de nosotros y nos invitó a traerle presentes en los humildes aposentos de los trabajadores migrantes del campo. Por el camino, todos aprendimos algo acerca del verdadero significado de la Navidad.

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    ¡Feliz Navidad y un muy próspero Año Nuevo a todos!

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