Nuestra Propia ‘Roma’
Las evocaciones llegan a la mente en blanco y negro.
Las tonalidades grises intermedias se combinan con las sombras de la memoria para revivir los momentos que forjaron nuestra vida.
La película “Roma” de Alfonso Cuarón, retrata perfectamente la época en la crecí en Ciudad de México.
El relato visual del director mexicano me hizo recordar mis paseos de niñez por la Avenida Insurgentes, por el Parque España y por la Alameda, lugar donde se juntaban toda clase de vendedores ambulantes.
El señor que ofrecía globos forrados de plástico de colores que en aquella época se vendían por un peso de plata maciza.
La señora que en un frasco vació de comida para bebé mezclaba agua, jabón y colorante, al que le ataba un pequeño gancho curvo y que al soplarle disparaba mágicas y enormes burbujas flotantes.
Los sonidos que identifican perfecto a la Ciudad de México también aparecen en la evocación de Cuarón.
El chillido escandaloso del carrito de los camotes, la campana que anuncia la llegada del camión que recoge la basura y el cilindro del afilador de cuchillos.
En ese ir y venir de recuerdos es que me salgo del libreto de la película de Cuarón y comienzo a recrear mis propios recuerdos.
Muchos pasajes de mi infancia están ligados a momentos que pasé junto a mi padre en partidos de futbol.
Evoco las visitas al Estadio Azteca para ver al Atlante, el llamado “equipo del pueblo”, porque lo integraban jugadores de tez morena que surgían de los barrios más pobres de la capital mexicana.
Ahi fue donde por primera escuché a Melquiades Sánchez, el locutor que por medio siglo le prestó su voz al Coloso de Santa Úrsula.
El olor de los ricos tacos de canasta que vendían en el estadio es algo que se quedó anidado para siempre en mi imaginativo olfato.
De papa, chicharrón o frijoles, a 20 centavos cada uno.
Veinte centavos de esas monedas grandes de cobre que además servían para hacer una llamada telefónica en cabinas públicas.
En las gradas del estadio no podia faltar el gritón de la cervezas que todo pulmón ofrecía la espumante bien fía.
“¡Cuaaantas…cuaaaantas!”, vociferaba el hombre de las chelas heladas que no hacía el menor esfuerzo para disimular su abdomen acumulado y que lustraba su pelo negro ondulado tirado hacia atrás con brillantina VO-5.
La época en que yo me enamoré de los deportes, es en la misma que Cuarón retrata en “Roma”.
La diferencia es que mientras yo vivía la inocencia de un gol en un partido de futbol, el México real retrataba postales amargas y oscuras.
Los Halcones Negros, el grupo paramilitar que el presidente Luis Echeverría utilizaba para reprimir manifestaciones y matar a estudiantes inocentes.
Las mujeres indigenas analfabetas del Istmo que llegaban a trabajar a las casas de familias de clase media y que con su incansable labor y devoción se convertían en las personas más queridas del hogar.
Pueblos donde la pobreza se asentaba y de los que nadie se acordaba a menos de que fuera época electoral.
Mucho de ese México no ha cambiado y mucho de ese México ya no existe pero las evocaciones en blanco y negro siempre nos harán llevarlo en la mente y el corazón.