Partidos
Analizados los casos de los candidatos independientes a la presidencia de México, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez “El Bronco”, la contienda electoral se disputa entre opciones en las que se concretan alianzas de franquicias que, de entrada, suenan de lo más absurdo.
Basta revisar la alianza entre el PRD, PAN y Movimiento Ciudadano, organizaciones políticas antagónicas, con visiones ideológicamente opuestas y propuestas de gobierno diferentes: conservadores, radicales y progresistas en un mismo molde, tan extremo como mezclar agua, aceite y jugo de naranja.
Del lado del movimiento de Andrés Manuel López Obrador y su organización política MORENA, más el Partido del Trabajo y el Partido Encuentro Social (PES), responden a un proyecto de corte personal más que a una imagen de partidos con programas y estructuras definidas. Todo gira alrededor del líder carismático en lugar de a proyectos diseñados por y para los militantes. Súmese un pragmatismo extremo que ha logrado el imposible de reunir perfiles que difícilmente podrían ser coincidentes; cuestionados líderes sindicales, ex funcionarios del gobierno federal, empresarios antes antagónicos, ex gobernadores que operaron métodos de control ahora denunciados; en fin, una suma nada homogénea.
El PRI refleja un esquema kafkiano, a José Antonio Meade, un candidato que no es militante del partido que lo postula, que en la alta burocracia ha desempeñado la misma cartera en gobiernos de origen diferente caracteriza un pragmatismo sospechoso.
Meade cuenta con un perfil alejado de la política que presume su formación académica, pero que no aporta mayores pistas sobre su propio proyecto, el cual se promueve con un lenguaje que no le es propio.
Este candidato abraza causas que tampoco son suyas, se escucha hueco – sin tono ni convicción – siguiendo el script que le diseñan desde las altas oficinas del gobierno. La corrupción y la impunidad pesan como insoportable losa y no asume un deslinde con la impopular figura del presidente saliente.
En la mente de los estrategas, o más bien aprendices de brujos, se instrumentan líneas de acción que resultan verdaderos galimatías. Atiborran a los potenciales votantes con millones de spots que no dicen nada; una suerte de tonadas y frases desarticuladas que se concentran más en el defecto del opositor que en las cualidades del emisor. El uso descarado de instituciones públicas para dañar la imagen del contrincante con verdades a medias, expedientes de dudosa manufactura y el uso de información privilegiada.
Los debates han sido un espectáculo de pastelazos propio de payasos de circo. Pocas ideas, propuestas inviables, ofertas desmedidas y sin sustento que sólo prometen beneficios pírricos, lugares comunes y una verborrea desbordada. La acusación ligera que en boca propia desprestigia, las comparaciones fútiles, la artera acusación sin pruebas, el calumnia que algo queda, la altanería y soberbia desplegadas sin recato alguno.
A casi un mes de las elecciones no hay ni a quien irle. El puntero de las encuestas busca, a toda costa, eludir cuestionamientos, mantener un perfil sin riesgos y desplegarse en el cómodo espacio de los mítines a modo. Los otros competidores están empeñados en librar una absurda lucha por el segundo lugar, unas veces atacado al primer lugar con las cantaletas que no tiene ningún efecto real, y otras acusándose, sin ton ni son, entre el espacio de los tomatazos y de la guerra sucia más recalcitrante.