Qué Desperdicio de Vida
Lo conocí en su mejor época.
En los tiempos en que la vida le sonreía, en donde los amigos le sobraban y en donde el dinero le estorbaba.
Era un tanto cuanto engreído, a veces como que quería sentirse más de lo que era, aunque debo de reconocer que sí logró rozar la gloria del éxito.
Su carácter simper constituyó para mí un jeroglífico muy complicado de descifrar.
En ocasiones se mostraba como un joven sencillo, alegre y abierto a la charla, pero a veces tomaba insufribles poses altaneras.
En mi trayectoria profesional, fueron muchas las veces que intenté hablar con él aunque pocas fueron las ocasiones que me regaló 10 o 15 minutos de su tiempo.
La personalidad de Esteban Loaiza siempre fue un acertijo, así como lo fue su vida personal y su trayectoria profesional.
En la época que Loaiza se convirtió en pitcher estelar de Grandes Ligas, a finales de los 90s y principios de los 2000, yo trabajaba en un periódico de Tijuana para el que cubría la actividad beisbolera.
Fue en ese tiempo que conocí varias cosas de Loaiza, no porque él me las contara, sino porque las vi, las observé y las conocí de primera mano.
De las cosas que más recuerdo eran sus escapadas a Tijuana para ir en busca de noches largas y divertidas.
Cada vez que venía a San Diego para enfrentar a los Padres, a Loaiza le sobraban las ganas, los amigos y el dinero para cruzar la frontera e irse de fiesta.
No importaba que esa misma noche hubiera lanzado, el joven pitcher de aquella época tenía toda la energía del mundo para disfrutar la vida.
En su carrera profesional, Loaiza llegó a ganar más de 40 millones de dólares en sus estadías con los Piratas de Pittsburgh, Rangers de Texas, Azulejos de Toronto, Yankees de Nueva York, Nacionales de Washington, Atléticos de Oakland y Dodgers de Los Ángeles.
De 1995 a 2008 la vida del tijuanense fue una fiesta interminable donde imperaron los consejos irresponsables de los amigos y las caricias interesadas de las mujeres.
En medio de esa vorágine de pasión desenfrenada e intensos sentimientos, Loaiza nunca se dio cuenta que estaba cayendo en su propia trampa.
Despilfarrar, derrochar, dilapidar, malgastar el dinero es el primer paso para darle la bienvenida a la desgracia.
Hoy, con un uniforme de preso color beige, el rostro desencajado, los ojos tristes y de enferma apariencia, Loaiza pasa los días en la sombra de una celda fría y oscura.
Las tardes apoteósicas de aplausos, de triunfos, de éxitos consumados, son ahora recuerdos tortuosos para un hombre que enfrenta serios cargos de tráfico de drogas.
A sus 46 años de edad, Loaiza es un ser humano acabado y abandonado.
Se le acabó el dinero y se le acabaron los amigos de farra, las caricias de mujer y los apapachos de familia.
La historia de Loaiza es la de un hombre que construyó su grandeza al mismo tiempo en que construía su pobreza.