Suenan las campanas por la libertad religiosa
(Parte 1)
La gente a veces pregunta por qué los obispos católicos de Estados Unidos están haciendo tanto alboroto sobre la libertad religiosa en estos días. Después de todo, dicen algunos, aquí no se bombardean las iglesias y las personas no van a la cárcel sólo porque profesan una fe determinada.
La persecución religiosa tiene formas muy diversas. Hay maneras violentas y directas de negar a la gente el derecho que Dios les dio a la libertad religiosa. Y las hay sutiles y veladas, pero que ultimadamente buscan un fin similar. Si bien es de esperar que nunca lleguemos a los extremos de la primera, la segunda forma no es menos real o peligrosa, precisamente porque no es tan fácil de identificar.
La Primera Enmienda de la Carta de Derechos de EE.UU. dice: “El Congreso no hará ley alguna con respecto al establecimiento de la religión, o prohibiendo el ejercicio libre de la misma o que coarte la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente para pedir al gobierno la reparación de agravios”.
Son las primeras libertades enunciadas en la Declaración de Derechos (Bill of Rights), por una razón: todas ellas constituyen pilares fundamentales de la democracia de EE.UU. Son también los primeros derechos de los cuales regímenes autoritarios, de todo tinte y corte, privan a sus ciudadanos, ya que “interfieren” con la imposición uniforme de sus ideologías. Lamentablemente, ya se trate de dictaduras de derecha o de regímenes comunistas, en América Latina y España hemos tenido nuestra parte experimentos políticos que dan fe de esto.
La libertad religiosa es más que la mera “libertad de culto”. Va más allá de proteger nuestra capacidad de asistir a misa u otro servicio religioso. Garantiza a los ciudadanos de todas las confesiones religiosas, así como a los que no profesan ninguna, el derecho a contribuir a nuestra vida en común. Nosotros los católicos y otras personas religiosas traemos a la mesa común lo que somos y tenemos. Ponemos nuestras creencias, valores y estructuras al servicio del bien común porque nuestra fe nos exige que lo hagamos.
Tenemos el derecho y el deber de contribuir a la sociedad. La Iglesia invierte en el bien común, por ejemplo, estableciendo y operando escuelas, hospitales, universidades, instituciones de beneficencia y servicios sociales. Nuestro gobierno y la sociedad siempre han confiado en su ayuda y se han beneficiado de la vasta red que iglesias e instituciones religiosas proporcionan para ayudar a las personas necesitadas y para ayudar a formar buenos ciudadanos.
Pero cuando se nos dice que tenemos que dejar de ser lo que somos, dejar a un lado nuestras creencias, o sencillamente ir en contra de nuestra conciencia con el fin de poder contribuir al bien común, esto no incluye mucha “libertad”.
En 1809, Thomas Jefferson escribió que “Nada de lo dispuesto en nuestra Constitución debe ser más preciado para el hombre que aquello que protege los derechos de conciencia, frente a las acciones de la autoridad civil” (Carta a New London Methodist). Así que cuando el gobierno, en lugar de la autoridad religiosa, se arroga el poder de decidir qué entidades de cualquier confesión son suficientemente religiosas para ser consideradas una “institución religiosa”, o cuando las instancias religiosas son descalificadas para un contrato con el gobierno por sus creencia religiosa, algo está fallando terriblemente en el delicado equilibrio que buscaron nuestros Padres Fundadores.
La Quincena por la Libertad, de junio 21 a julio 4, convocada por la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU., es una oportunidad para aprender más acerca de la libertad religiosa, lo que es, qué está en juego si la perdemos, y por qué organismos religiosos de todo tipo están haciendo tanto alboroto al respecto.
El 4 de Julio algunas iglesias van a tocar sus campanas apoyando esta iniciativa. Así que, llegado el Día de la Independencia, que la libertad de religión resuene y que cada persona de fe en este país reclame el derecho a tener o no una creencia religiosa y a vivir y obrar en consecuencia.