Una Lección de Dignidad
¿Qué es lo que hace la diferencia entre un país encumbrado con uno que lleva siglos tratando de salir del oscuro laberinto del subdesarrollo?
La cultura, la honestidad, la rectitud, el trabajo, el esfuerzo, la justicia, la confianza.
Esas son solo algunas de las respuestas que separan a los políticos de una nación emprendedora, orgullosa y vanguardista con los buitres corruptos de naciones tercermundistas.
El ejemplo que te voy a dar a continuación retrata perfectamente la gran diferencia que existe entre un estado comprometido a salvaguardad el interés común y otro en donde abunda la avaricia personal.
El 19 de septiembre de 1985, un terremoto en la Ciudad de México concibió las escenas de horror más grandes que a mi generación le haya tocado atestiguar.
Centenares de edificios, casas y locales comerciales se derramaron y terminaron por ser la tumba de miles de niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres.
La postal de la capital mexicana era idéntica a la de una ciudad que acababa de sufrir el más cruento de los bombardeos militares.
Restaurar las heridas sociales y económicas de la metrópoli mexicana requeriría décadas enteras y en ese momento la única prioridad del gobierno, que en ese entonces encabezaba el presidente Miguel de la Madrid, debió haber sido la reconstrucción de la capital.
En medio de la tragedia más grande en la historia reciente de México, a los politicos de esa época se les ocurrió que sería una gran idea organizar el Mundial de 1986.
El gobierno pensó en el futbol como un gran difusor para dejar de hablar del terremoto que dejó más de 10 mil muertos y que destapó la corrupción de muchos funcionarios de alto nivel que autorizaron proyectos de construcción que se derrumbaron por no cumplir con las mínimas normas de calidad en sus materiales.
Fue así que México le dijo a la FIFA que estaba listo para albergar la Copa del Mundo de 1986, evento que debió organizar Colombia, pero al que renunció por la guerra encarnizada que sostenía contra el narcotráfico y Juan Pablo escobar.
Apenas ocho meses después del fatídico terremoto de septiembre de 1985, en el Estadio Azteca, y con el mundo entero, como testigo, se dio el saque inicial del Mundial México 86.
Mientras los juegos se desarrollaban en la capital mexicana, miles de damnificados vivían a la intemperie, dormían en la calle y comían en parques públicos.
La semana pasada, en Sapporo, Japón, se registró un temblor de fuerza moderada que dañó algunas estructuras y que dejó 21 personas muertas.
Antes de ser sacudida por el temblor, la ciudad de Sapporo tenía asegurada la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2026.
Con ocho años para preparar sus Olimpiadas, parecía que el movimiento telúrico no sería obstáculo alguno para que los japoneses llevaran a cabo el magno evento deportivo.
“Consideramos que la situación amerita que todos nuestros recursos y toda nuestra atención se centren en atender a las víctimas del temblor y a restaurar las estructuras que hayan sufrido algún daño” dijo el alcalde de Sapporo.
“Es por razón que Sapporo retira su candidatura a organizar los Juegos Olímpicos de Invierno de 2026”, explicó.
México y Japón, dos mundos totalmente apartados por políticos que nunca se llegarán a encontrar en la misma vía del progreso y la honestidad.