Una Posada Binacional Triste Pero Con Esperanza
Tres muros dividieron a los asistentes de la Posada sin Fronteras de este año.
Tres muros, una docena de agentes y nuevas regulaciones parecían entorpecer la ya tradicional posada que cada año se celebra en el muro fronterizo.
A punto de las 2 de la tarde del sábado 11 de diciembre, el grupo de activistas del lado americano se formaba en una fila y pasaba la última de una serie de exhaustivas revisiones para poder cruzar el ultimo muro y poder ver de frente a sus contrapartes mexicanas.
“Esta es la primera vez que me piden pasaporte para entrar a una zona en mi propio país” lamentó el pastor Wayne Riggs, de la Iglesia Congregacional de Plymouth. “Esta es una nueva realidad de este lado de la frontera, pero a la vez me acerca un poco a la experiencia que debe de sentir un extranjero al llegar aquí”.
Los agentes de la patrulla dejaron apenas a 25 asistentes acercarse al muro, donde ya los esperaba un centenar de personas del lado mexicano, en Tijuana, incluyendo el arzobispo de Tijuana, activistas que operan la red de Casas Migrantes y migrantes recién deportados quienes actualmente están en albergues en Tijuana.
“Cada vez es más difícil y complicado celebrar la posada por las estructuras que se van creando en las fronteras “ admitió el padre Luiz Kendzierski, director de la Casa del Migrante Scalabrini que lleva 20 años siendo el refugio de migrantes de todo el mundo.
“Pero a la vez, hay gente aquí celebrando, gente que está del otro lado porque está interesada y esta es la muestra de que ni toda la gente está contra el migrante ni toda la gente rechaza la migración sino que hay mucha gente que los acepta y los quiere como parte de su sociedad; aquí en esta parte de México solo podemos tratar bien a los que llegan a esta ciudad, sean ellos del sur o sean ellos deportados, todos necesitan nuestro apoyo igual”, dijo el padre.
Los agentes fronterizos no solo limitaron el número sino también el tiempo de intercambio a no más de 20 minutos por grupo, por lo que los asistentes del lado norteamericano optaron por dividirse en grupos y tomar turnos para poder convivir con los mexicanos.
Los grupos, acostumbrados en años pasados a tomarse de las manos, compartir tamales y dulces a través de la reja, tuvieron que conformarse con verse entre dos rejas y al menos metro y medio de distancia.
Los agentes federales tampoco les permitieron ningún tipo de intercambio o compartir la comida.
Los activistas buscaron mantener el espíritu de la posada a toda costa, haciendo sonar un coro y guitarras en vivo y una representación del acto de pedir posada, tan tradicional en México.
“Nos reunimos como cada año para mandarles un mensaje claro a los dos gobiernos, de que sus políticas no van a poder separarnos para siempre, y menos en esta época tan importante para el mundo cristiano es importante recordar que estos muros son temporales, que van a caer” dijo Cristian Ramirez, representante del Comité de Amigos Americanos en San Diego.
“El mensaje que esta frontera transmite es universal, los muros, las políticas que nos dividen artificialmente, no nos separan, hoy Tijuana y San Diego se hermanan simbólicamente como una verdadera comunidad, con cánticos, con esperanza de un mundo mejor donde la frontera no sea el tormento y el sepulcro de tanta gente como lo es hoy en día,” terminó el activista justo cuando el coro empezaba a cantar villancicos tradicionales de México.
Entre los cantos e intercambios, lo más conmovedor sin duda fueron los testimonios de dos migrantes, quienes con sus palabras le dieron una dimensión completamente distinta al pasaje bíblico en el que María pide posada siendo extranjera.
“Yo fui deportado de la ciudad de Anaheim hace poco” dijo Ernesto Aguilar, un mucha-cho recién deportado de la comunidad cercana a Los Ángeles, “y ahora estoy esperando que mi familia pueda juntar un dinero para poder regresar a mi lugar de origen, fui deportado por una injusticia porque mi reporte de la policía dice que mi bicicleta no traía una luz pero yo todavía ni me subía a la bicicleta cuando los policías me deportaron…ojala los demás y yo tengamos suerte para regresar a nuestro destino”.
Otro de los testimonios fue el de Esther Morales Guzmán, originaria del estado de Oaxaca, quien admitió haber sido deportada de Estados Unidos una docena de veces cuando intentaba reunirse con su hija, una y otra vez.
“Fui deportada por primera vez hace 9 años, cruce la frontera otra vez para estar con mi hija; me agarraron, volví a cruzarla otra vez; me agarraron, volví a cruzar la frontera, logre estar con mi hija varias veces hasta esta vez ya no” dijo con lágrimas en los ojos y la mirada hacia la reja en el norte.
“Conocí muchos centros de detención y siempre todo lo hice por la sonrisa de mi hija porque sentía su tristeza en su voz en el teléfono, su pequeño trauma ante la vida por no estar conmigo, intente todo muchas veces reunirme con ella y aún vivimos separadas” dijo.
La hija de Morales, ciudadana norteamericana tiene ya 18 años y está a punto de ingresar a la universidad de california en Los Ángeles.
“Aún desde la distancia los muros no nos han separado, ni nos van a separar nunca” sentenció Morales.