Cuba: el acercamiento es el único camino a seguir
Tuve el privilegio de acompañar a los obispos de Estados Unidos y centenares de peregrinos a la isla de Cuba, para la visita del Papa Benedicto XVI. Los recuerdos de esta experiencia todavía están latentes. Visitamos Santiago y La Habana.
El calor de Santiago reflejaba la calidez de su gente. Pudimos visitar también el Santuario del Cobre, antes de que la estatua de Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, fuera llevada a la ciudad para la misa papal. Cuando llegamos al santuario, ya habían bajado la imagen de su nicho a un pedestal temporal junto al altar mayor. Era como si la Madre de todos los cubanos hubiese bajado a dar la bienvenida a sus hijos e hijas llegados del extranjero. En nuestro grupo habían muchos cubano-americanos, algunos retornando a la isla ¡por primera vez en cincuenta años! Algunos de ellos eran demasiado jóvenes cuando se fueron y apenas tenían recuerdos. Algunos hicieron el viaje pese a la oposición de algunos miembros de su familia.
Al celebrarse los 400 años de su descubrimiento, Nuestra Señora de la Caridad, Cachita, había conseguido reunir a sus hijos isleños con los de la diáspora, haciendo realidad el antiguo dicho “La Caridad nos Une”. Ella está tendiendo puentes, sanando heridas, ayudando a salvar barreras ideológicas, señalando que la reconciliación y el perdón son posibles de corazón a corazón.
Caminando por las estrechas calles y las anchas avenidas de La Habana, uno todavía puede imaginar la ciudad en sus días de esplendor. Sin embargo, viendo las mansiones ruinosas y los edificios en completo abandono, uno no puede evitar el pensar “qué pasaría si…” ¿Qué pasaría si en lugar de aislamiento y confrontación, la colaboración fuera posible entre Estados Unidos y Cuba?
El día de la misa en la Plaza de la Revolución, un sacerdote mexicano de nuestro grupo comenzó a entonar canciones religiosas mientras empujaba la silla de ruedas de una anciana. Nos unimos a su canto mientras caminábamos: “Vienen con alegría…”, “Si tuvieras fe como un granito de mostaza…” Nuestro canto no pasó desapercibido. Algunos nos miraban divertidos. Otros nos miraban sorprendidos y luego miraban a su alrededor, tal vez esperando que alguien viniera a callarnos. Nadie lo hizo, así que seguimos adelante. Algunas señoras empezaron a aplaudir al ritmo.
Cuando llegamos a la icónica plaza capitalina el grupo se deshizo. Cuatro de nosotros fuimos a parar justo en el medio de la Plaza de la Revolución. Dos días antes habíamos participado discretamente en la misa en Santiago. Para cuando llegamos a La Habana, habíamos perdido el “miedo a acercarnos” y entablamos conversación con perfectos extraños, mientras esperábamos que comenzara la misa.
El beisbol y el fútbol español ayudan a abrir conversación en cualquier nación caribeña. Luego pasamos al por qué la gente estaba allí. Un grupo de jóvenes adultos condujo durante seis horas desde Cienfuegos. No eran “creyentes”, dijeron, pero vinieron por curiosidad y respeto. “Es un evento histórico. No queríamos perderlo.” Un joven de La Habana dijo que le habían obligado a asistir si es quería recibir su salario ese día. Otros grupos sostenían afiches del Papa y de la Virgen del Cobre o con el nombre de sus parroquias o diócesis. La misa comenzó. El bello canto del numeroso coro incluyó himnos tradicionales en español y latín con algún que otro ritmo habanero. Sorprendentemente, la mayoría de la gente alrededor nuestro parecía conocer las respuestas litúrgicas.
Después de la misa, una joven pareja se nos acercó. “¿Qué piensan de lo que dijo el Papa?” preguntamos. La palabra “cambio” fue lo que más les impactó. “Tiene que haber cambios. La revolución ha logrado algunas cosas buenas; pero se necesita más libertad”, dijo el hombre. “Personas como nosotros, teniendo una buena educación, no podemos llegar lejos”. A lo que ella añadió: “nada garantiza que trabajando duro y ahorrando un poco de dinero uno pueda visitar lugares que le gustaría conocer”. ¡Ah, el ansia humana de libertad! Lo más impresionante era que este tipo de conversación abierta era inimaginable hace un par de décadas.
Al día siguiente, de camino al aeropuerto, un alegre taxista me preguntó sobre mi experiencia en Cuba. A todo comentario positivo que hice sobre la buena organización del evento, o lo bien que nos trataron, respondía con orgullo “muchas gracias”. Era claro que se sentía personalmente responsable. Ciertamente, el gobierno cubano se aseguró de que los visitantes se fueran con una buena impresión; pero no hubo forma de enmascarar los efectos que la pobreza, las necesidades materiales, la falta de empleo y la falta de ciertas libertades tienen en la población.
Dejé Cuba exhausta, tanto por la apretada agenda como por el calor, pero también agradecida y con esperanza. Agradecida por el privilegio de haber estado allí. Agradecida por la hospitalidad y la oportunidad de establecer contacto. Y esperanzada porque los cubanos, especialmente los jóvenes cubanos, tanto dentro como fuera de Cuba, parecen ver las cosas bajo una nueva luz y están buscando oportunidades para diálogo y el compromiso. Ellos son los llamados a construir los puentes de la reconciliación. Tanto los obispos cubanos como los estadounidenses han dicho en ocasiones anteriores que el acercamiento, no el aislamiento, es la única vía hacia adelante para Cuba. El 17 de abril, Mons. Richard Pates, presidente del Comité de Justicia y Paz Internacional de la Conferencia de obispos estadounidenses, escribió una carta a la Secretaria de Estado Hillary Clinton pidiendo el fin del embargo económico y el resta-blecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba. Después de lo visto y oído, invito a los hermanos y hermanas católicos en los Estados Unidos a ponerse de pie y decir “Amén”.