El Aeropuerto
El Nuevo Aeropuerto Internacional de México es ya motivo de la atención de medios, expertos, ciudadanía, cúpulas de empresarios y autoridades federales y locales.
Por ahora, en la fase de su diseño y construcción, es parte central de la agenda nacional y preocupación permanente de los involucrados, principalmente de los tutelares de las licitaciones de construcción, potenciales inversionistas y, destacadamente, del presidente electo que ha puesto en tela de duda su continuación.
Hasta ahora, la obra ha sido responsabilidad única del nivel federal en su financiamiento, definición técnica y repercusión política. El presidente Peña Nieto encontró en su promoción faraónica la continuidad de un proyecto transexenal.
A semejanza de Felipe Calderón, y guardadas todas las proporciones, en la cúspide de su arrogancia tuvo la ocurrencia de querer pasar a la posteridad a partir de una magna obra, la Estela de Luz, un monumento que distinguiría a su administración en forma milenaria. Lo logró en parte, es símbolo de la corrupción, la vanidad y la inutilidad estética e histórica.
Por su parte, Peña Nieto comprometió las finanzas nacionales con la gestación de un elefante blanco que hoy cuesta a los contribuyentes y ahorradores miles de millones de pesos. Con el 31% de su avance ha absorbido el doble de lo presupuestado y queda lejanísima la fecha de su posible operación como grave pesadilla.
Los mexicas, cuenta la leyenda, se movilizaron para fundar la capital de su imperio en el lugar en donde una águila devoraba una serpiente: el Lago de Texcoco. La realidad es que no fue una buena elección si el episodio fuera cierto. La Ciudad de México es un error urbano del que se pagan en la actualidad enormes consecuencias, la más sobresaliente es el agua que es absorbida y desplazada por una imparable mancha demográfica. Vivir en la zona metropolitana tiene un elevadísimo costo económico, ecológico, social y político.
Entonces, ¿quién tuvo la osadía de pensar en el desarrollo de un mega aeropuerto? que, en el mejor de los casos, lo que haría es propiciar mayor concentración demográfica. Sólo irresponsables especuladores podrían festinar ese despropósito, como en realidad lo vienen haciendo. Las posibilidades de obtener pírricos beneficios financieros a cualquier costo, aún el de propiciar una catástrofe ecológica de incalculables consecuencias, es el parecer de quienes, como el autor de esta columna, lo consideran.
Ciertamente el “viejo” aeropuerto de la Ciudad de México (Benito Juárez) es obsoleto, disfuncional y antieconómico. Su operatividad está rebasada desde hace varios sexenios. Su mantenimiento es kafkiano; las dos pistas insuficientes y cada vez que las repavimentan se hunden más. Por si fuera poco, la construcción de la terminal 2 fue una disparatada obra de Vicente Fox que solo llenó los bolsillos de corruptos funcionarios. Su funcionalidad es errática y cada vez refleja mayores deficiencias. Y para que hablar de la Terminal 1 que es un caos permanente, suplicio de viajantes que no tienen más alternativa que recurrir a él.
En algún momento, se contempló la conveniencia de desarrollar aeropuertos alternos para vuelos nacionales e internacionales. Los de Toluca, Cuernavaca, Puebla, León y Querétaro obedecen a esa lógica, pero están en el abandono precisamente porque juegan a favor del desarrollo regional, aspecto que se contrapone al insaciable apetito de desarrolladores que apuestan toda a las megaobras que multiplican en el corto plazo espectaculares ganancias y, vuelta la burra al trigo, las de irresponsables y corruptos funcionarios.
Por el bien de México, de la zona lacustre del vaso de Texcoco y la viabilidad de la mermada y sufrida Zona Metropolitana del Valle de México ojala tenga López Obrador el tino de resolver el entuerto. No parece fácil por la complejidad de su desarmado, con esa prueba que se ha autoimpuesto, será la diferencia entre un buen y un mal arranque de gobierno. No es la única acción, pero sí la más emblemática para una deseable “Transformación”.