El Mensajero de la Paz a los pies de Cristo Rey
Como a muchas personas, me sorprendió inicialmente escuchar la noticia de que Benedicto XVI iba a viajar a México pero no visitaría la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. La visita a la Basílica era cosa segura en los viajes de Juan Pablo II a México.
Luego supimos que eran razones de edad y salud las que impedían a Benedicto XVI viajar a lugares sobre una cierta altitud, pero que el Papa todavía deseaba ardientemente viajar a México, el país de habla hispana con mayor número de católicos en el continente americano.
Algunos interpretan la visita del Papa a México y Cuba como una forma de hacerse presente al rebaño más grande y también al más pequeño en la América hispanohablante, como si con ese gesto quisiera abrazar al resto de países latinoamericanos.
Puede que haya mucho de verdad en ello. Pero también estoy convencida de que la elección de México—y de León, Guanajuato, en particular—no es coincidencia. El lugar escogido como escenario tiene un profundo mensaje simbólico.
Cuando el Papa se dirija a la multitud, así como a las autoridades cívicas y religiosas en México, lo hará a los pies de un monumento nacional a Cristo Rey. Aquellos que conocen la historia de México, y en particular del catolicismo mexicano, conocen el significado de la exclamación ¡Viva Cristo Rey! La expresión evoca la memoria histórica de un pueblo que, en ocasiones, ha tenido que defender su fe incluso hasta el punto de derramar su sangre, particularmente la de los mártires de las Guerras Cristeras.
La Basílica de Guadalupe, en la colina del Tepeyac, es el centro espiritual de México; León, Guanajuato, es el centro geográfico. Así pues, desde el corazón de México y con la imagen de Cristo Rey mirándolo desde arriba, el Papa Benedicto XVI señalará y llamará a los mexicanos a recordar otro elemento muy importante de su identidad católica: el movimiento cristero y su espiritualidad.
En el espíritu de la Nueva Evangelización, Benedicto llama a los mexicanos a reclamar su fe, a declarar sin temor que Jesucristo es Rey. Que Cristo cabeza de la Iglesia, también es cabeza y luz de un pueblo que, a lo largo de los siglos, ha sabido cómo defender su fe.
No debemos olvidar que la fe en México ha sobrevivido y crecido bajo circunstancias muy difíciles: de los controles impuestos por el gobierno en la década de 1860 a la total exclusión de la vida pública impuesta por la Constitución de 1924. El gobierno expropió las propiedades de la Iglesia, le denegó el acceso a foros públicos y a las instituciones de enseñanza (aunque tras la guerra hubo concesiones en esta área) y a los sacerdotes se les denegó el voto. Ni siquiera estaba permitido que vistieran como clérigos, excepto dentro del templo. Sólo recientemente, en 1993, se cambió la Constitución.
¿Cómo es posible, entonces, después de casi 150 años de exclusión, que México continúe siendo uno de los países más católicos del mundo? Los expertos señalan a cuatro realidades que explican este fenómeno. En primer lugar, el evento guadalupano, que hizo por la evangelización de los pueblos indígenas lo que décadas de catequesis por los misioneros no habían podido lograr en tan grande escala. En segundo lugar, la fe católica encontró terreno fértil tanto en las comunidades indígenas como en los colonizadores españoles, ambos pueblos profundamente religiosos. En tercer lugar, dada inicialmente la fe de los conquistadores y luego la prohibición de la religión en la esfera pública, por largo tiempo no hubo una presencia de otros grupos religiosos. Y finalmente, la misma resistencia y militancia de un pueblo comprometido con Cristo Rey. Todo esto produce una espiritualidad que se identifica con el Cristo sufriente, el Hijo de María y el Liberador de los oprimidos.
Sin embargo, México no ha sido inmune a los esfuerzos secularizadores. Existe un sentido general de pérdida de los valores tradicionales, particularmente del respeto por la vida y la dignidad de la persona humana. La violencia desenfrenada, no sólo en la frontera, o las recientes le-gislaciones proabortistas son sólo dos ejemplos.
Así pues, el Papa viaja a México a estar presente y hacerse solidario con los fieles y el pueblo mexicano en momentos de prueba y de violencia, y para apoyar los esfuerzos de la Iglesia local de promover la paz y la reconciliación. Pero mirando al simbolismo del escenario escogido, uno no puede evitar ver al Papa Ratzinger en acción, al viejo profesor universitario tratando de que su audiencia saque más de una lección de sus palabras y de su visita.
Ya sea que el Mensajero de la Paz pronuncie o no de viva voz las palabras “¡Viva Cristo Rey!” durante su visita a León, su mera presencia y el escenario elegido ya lo han hecho.