El migrante centroamericano: objeto de violencia en su tránsito por México
Continúa la violación de derechos a los migrantes centroamericanos que transitan por México con objeto de llegar hasta Estados Unidos. Las incipientes políticas del Instituto Nacional de Migración (INM), la ayuda que proporcionan casas del migrante en diversas ciudades, o la valiosa contribución de grupos como Las Patronas en Veracruz, si bien han mitigado la problemática, están lejos de solucionarla. Por el contrario, a lo largo y ancho del país diversos grupos criminales se han amparado en la situación de clandestinidad y vulnerabilidad de estos migrantes, para extorsionarlos o privarlos de su libertad.
Las estadísticas son contundentes. El día 11 de febrero del presente año se llevó a cabo en el Senado de la República (en la Ciudad de México), el foro “Migración con rostro humano: hacia el fortalecimiento institucional”, donde se debatió sobre diversas cuestiones en torno a esta problemática. En su intervención, la senadora Mariana Gómez del Campo Gurza, apuntó que de los migrantes que se trasladan por México muchos son niños o mujeres que suelen ser víctimas de la trata de personas. También señaló que cerca de 22 mil centroamericanos son secuestrados al año, mientras que el 70 por ciento de los migrantes son asaltados, y el 60 por ciento de las mujeres y las niñas sufren algún tipo de violencia sexual.
En efecto el secuestro se ha convertido en uno de los lastres en el éxodo de estas personas. En el año 2011 tuvimos la oportunidad de entrevistar a varios migrantes centroamericanos en FM4 Paso Libre, Casa del Migrante de Guadalajara, Jalisco. Uno de ellos fue Quintín López Villalobos, migrante de origen hondureño quien en su testimonio recordó cuestiones sobre su secuestro. Quintín trabajó en Nueva Orleans durante tres meses en el año 2006 hasta que fue deportado, pero para internarse en Estados Unidos lo que vivió en aquella ocasión bien parece sacado e alguna novela o película sobre el narco de las que actualmente están de moda.
“A mí me secuestraron en una aldea que se llama La Azúcar en Camargo, Tamaulipas”, comentó. Según este migrante, eran siete personas las que iban a bordo de un tren, cuando sujetos con armas los abordaron y privaron de su libertad, para llevarlos en camionetas hasta una vivienda. Sobre ello recordó: “todos los que llegaban a esa casa era gente armada, puros maleantes, puros hombres y mujeres armadas y de mal carácter había ahí, tenían un chingo de armas donde quiera. Cuando nos sacaban era a trabajar, nos ponían a darle sorgo a los borregos, a picar madera con un machete sin filo, ¡era como un castigo pues!; nos ponían a limpiar las yardas; nos levantaban a la una de la mañana, un frío implacable; cuidábamos los borregos, con un boiler en el lomo quemábamos los nopales y espinas, andábamos cuidados por maleantes con cuernos de chivo, nos daban comida cuando se acordaban”; y continuó: “en la casa también había paquetes de droga, marihuana y polvo. En las noches hacían sus fiestas, sólo llegaban en buenas trocas a tomar cerveza, a cotorrear con mujeres, y nosotros en un cuarto encerrados, sólo esperando la hora en que nos mataran”.
Quintín estuvo secuestrado mes y medio. En una ocasión, uno de estos hombres le dio un poco de dinero y le autorizó que fuera al pueblo más cercano para hacer una llamada telefónica. Con ese dinero él pagó su pasaje a la ciudad de Monterrey y escapó. Después de trabajar un tiempo ahí con un sacerdote, se aventuró a cruzar “al otro lado” ahora por Nuevo Laredo, Tamaulipas. Sin duda el testimonio del hondureño Quintín López ejemplifica algunas de las vejaciones a las que se exponen los migrantes. No obstante, el secuestro sólo es parte de una la larga lista de arbitrariedades que se cometen en contra de estos centroamericanos, cuyo único fin es llegar hasta Estados Unidos, e insertarse en el mercado laboral para así poder enviar remesas a sus familiares en sus países de origen.