El Petróleo
En los últimos 25 años los asuntos económicos, sociales, y políticos se instalaron en una apacible zona de confort. Parecía que las reglas de juego funcionaban con razonable eficacia a pesar de violentos e inesperados sobresaltos como la irrupción del terrorismo, y colapsos financieros que desestabilizaron ciudades y países y, lamentablemente, los bolsillos de millones de seres humanos; también se agudizaron conflictos originados por diferencias raciales, ideológicas, de género y religiosas y, por si fuera poco, una escandalosa y galopante corrupción e impunidad de los políticos.
Desde los años noventa el modelo neoliberal establece las reglas del juego: la Desregulación Económica para que las “virtuosas” fuerzas invisibles del mercado pudieran operar en la lógica de lo teóricamente correcto, sustituyendo las políticas dictadas en desgastados y obsoletos escritorios burocráticos. El resultado fue que los pocos ricos se hicieron más ricos y muchos miserables más miserables, a eso se sumó una creciente inseguridad como espectro amenazante reflejada en actos incomprensibles de maldad organizada y no organizada que afecta vidas y patrimonios de seres indefensos.
Hoy, el ciclo de comodidad parece haber terminado, no porque se estén instalando en el poder mejores y más comprometidas mentes y propuestas. Por el contrario, precisamente porque los nuevos discursos y acciones son incomprensibles e injustificados: Estos dejan en claro que no se puede ni debe permanecer impávidos ante posibles desoladores escenarios futuros. Asumir que fórmulas que nunca fueron efectivas como el proteccionismo y el aislacionismo ahora pueden reinstalarse y rendir frutos, es como ver la pared y no frenar el paso; el golpe puede ser espectacular y muy doloroso.
Por eso conviene recurrir a los clásicos para extraer de ellos sabiduría y proponer cursos alternativos de acción. Hace algunas década, el filósofo y economista alemán E. F. Schumacher publicó una colección de ensayos cuyo título original era “Lo Pequeño es Hermoso”. En ellos, con clarividente imaginación Schumacher identifica aspectos que ponían en riesgo la estabilidad mundial después de la segunda guerra mundial.
Advertía Schumacher, entre otros puntos, que los energéticos no renovables eran desperdiciados en forma de consumo ilógico y propician altos índices de contaminación. Viene a colación el tema porque el mundo parece que supo entender la lección y hoy es viable técnica y financieramente la opción de fuentes alternas; particularmente la solar y la eólica. Lamentablemente, las autoridades actúan como si el petróleo fuera de su propiedad y para beneficio personal; existe una sentida demanda ciudadana para revertir ese patrón de conducta y propiciar la reconducción de una reforma fallida que ha tomado al petróleo como rehén para enfrentar déficits fiscales.
En la frontera hay una elevada inconformidad por los incrementos en el precio de los combustibles. Pero ante un respuesta mediocre del Gobierno Federal de México es hora de racionalizar su consumo, privilegiando el transporte público eficiente y de calidad y pensar en que ese recurso se agotará más pronto de lo que nos imaginábamos,
Schumacher culpaba al pensamiento económico convencional de dejar de considerar la escala más apropiada para una actividad. Combatió la noción de que “el crecimiento por el crecimiento es bueno”, o de que “más grande es mejor”, y cuestionaba si era apropiado usar la producción en masa dentro de los países en desarrollo, promoviendo en lugar de eso una “producción de ciudadanos”, enfatizando que el fin debería ser “la obtención de un máximo de bienestar con un mínimo de consumo”. En su epílogo subraya la necesidad de que la “filosofía del consumismo” sea sustituida por ideales como la justicia, la armonía y la salud.