La prensa

La Fe Mueve Montañas

Created: 10 July, 2009
Updated: 13 September, 2023
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4 min read

 Mariana Chew-Sánchez ha sido el blanco de un bombardeo tóxico que ha durado prácticamente toda su vida.

 Cuando era muy niña, desde Ciudad Juárez, México, miraba con una mezcla de amargura e impotencia esa nube de humo negro amarillento que día y noche cabalgaba de la chimenea de la fundición de plomo ASARCO en El Paso, Texas, hasta los pulmones de toda su comunidad.

 “Nunca se me olvidará el mal olor, el humo, el sabor metálico en la boca”, recuerda Mariana. “Yo padecía tremendamente de los ojos, siempre los traía irritados”.

 Mariana, al igual que cientos de miles de vecinos suyos, arrastra las secuelas de este bombardeo, que según ella le ha causado una grave condición gastrointestinal de la cual se ha tenido que operar ocho veces.

 Pero las cicatrices son la armadura de Mariana, una organizadora del Sierra Club en Texas. Y en la batalla por clausurar para siempre la fundición de ASARCO, pocos soldados han podido igualar su heroísmo, su fe y su coraje.

 “ASARCO ha sido un tema latente, vivo, tangible, cercano, muy cercano durante toda mi vida”, dice. “Era la representación del poder absoluto”.

 Durante más de un siglo, desde 1887 a 1999, la instalación emitió cientos de miles de toneladas de plomo, arsénico y cadmio —sustancias altamente tóxicas— a la atmósfera y a las comunidades que vivían a su sombra: El Paso, Ciudad Juárez y Sunland Park y Anapra, Nuevo México. De hecho, ASARCO tiene problemas de contaminación en 40 instalaciones en todo Estados Unidos.

 Una investigación realizada en 1971 descubrió que en un año la fundición emitía 1,012 toneladas de plomo, 508 toneladas de zinc, 11 toneladas de cadmio y una tonelada de arsénico. Aun así siguió operando. Cientos de niños entre las edades de dos y seis años que viven cerca tienen niveles de plomo en la sangre tan elevados que necesitan inmediata intervención médica.

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 El plomo es una toxina de enorme potencia. Los niños —debido a su tendencia natural a llevarse objetos a la boca— son los más expuestos y vulnerables a sus devastadores efectos, incluyendo irreparables daños cerebrales, retraso mental y comportamiento agresivo.

 Consciente de los terribles daños causados por la fundición, para Mariana, ya residente en Estados Unidos, la batalla se convirtió en una cuestión personal cuando se enteró en 2002 que ASARCO solicitó un permiso para reabrir la instalación.

 “Mi mamá me enseñó que las cuestiones de justicia social están íntimamente relacionadas con las cuestiones de justicia medioambiental”, dice. “Y así entré de nuevo en la pelea”.

 Y la pelea iba a ser durísima. ASARCO puso en marcha su poderosa red de apoyo, sobre todo a sus aliados en los gobiernos locales y estatales. Pero esto no amilanó la enorme fe en el triunfo de Mariana y del resto de los activistas que lucharon contra esta injusticia.

 Ella comenzó trabajando desde el lado mexicano, al comprender que era un problema binacional, que la contaminación no necesita visado para cruzar la frontera. En enero de 2005, empezó a trabajar en el Sierra Club como organizadora comunitaria, cultivando sus contactos en las burocracias mexicanas, y preparando su ofensiva para que el país entero rechazara la reapertura de la fundición.

 En su trabajo de cabildeo usó con frecuencia el arma más poderosa de su arsenal: una investigación de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) que sugirió que durante su última década en funcionamiento, la instalación de ASARCO incineró ilegal e impunemente 50,000 toneladas de desechos peligrosos.

 Tras años de perseverancia, Mariana consiguió que Ciudad Juárez, el estado de Chihuahua y el Congreso mexicano rechazaran el permiso de reapertura, una victoria épica, si consideramos la complejidad de las burocracias mexicanas.

 Además Mariana tuvo que sufrir el acoso de los aliados de ASARCO, como notas amenazadoras en el parabrisas de su carro, detenciones ilegales de varias horas en el paso fronterizo para amedrentarla, y lo que más le dolió, el acoso contra su hija Ximena.

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 “Ella presentó un trabajo científico en la escuela sobre ASARCO. A la superintendente no le gustó y la acusó injustamente de plagio. Tanto la acosaron que tuve que llevarla a otra escuela”, recuerda.

 Pero mereció la pena. Tras siete años de batallar, el activismo de Mariana, de varios grupos medioambientales y de cientos de voluntarios lograron que el 11 de febrero ASARCO finalmente retirara su solicitud de reapertura.

  “Fue una alegría inmensa”, dice. “He arriesgado mi libertad y mi vida para luchar contra esta injusticia. Pero estos tipos corruptos no sabían con quién estaban tratando”.

 La fe mueve montañas, y tumba chimeneas.

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