Redimensión
A la manera de organizar una empresa, ya sea pública o privada bajo criterios de funciones y jerarquías se le denomina como “modelo burocrático”. La forma tradicional de un organigrama, en el que vía especializaciones y control se pretende alcanzar la eficiencia. Es el antídoto a la producción artesanal propia del feudalismo.
La burocracia puede mejorar resultados, pero ante sociedades complejas -como las que vivimos en los tiempos modernos- no es un esquema virtuoso, por el contrario, alimenta deficiencias resultado de excesos de puestos, duplicidades, traslapes y redundancias.
En otras palabras, lo que puede hacer una cuadrilla en ocho horas de trabajo, en los hechos requieren más personas y más horas porque el contratismo impone sus fueros. Es la manera artificial a través de la cual los gobiernos generan empleo, no por la vía de elevar resultados por trabajador sino haciendo lo mismo con más nómina. A la larga, el modelo es insostenible y debe ser drásticamente corregido con recortes y despidos ante el efecto negativo que experimentan las finanzas públicas.
La propuesta del nuevo gobierno, sin embargo, de reducir drásticamente sueldos y reubicar oficinas está lejos de ser la medida idónea para elevar resultados. Es indudable que ha habido abusos de la alta jerarquía que se ha asignado desproporcionadas prestaciones, pero los mandos medios y la base apenas y reciben beneficios marginales. En los hechos se han pauperizado.
Festinar y legislar por consigna la reducción generalizada de sueldos es producto de una discurso demagogo. No hay consultor profesional que a través del uso de la tijera presupuestal pueda elevar resultados. Todo lo contrario, propiciará, cómo está sucediendo, una desbandada de funcionarios que están aprovechando los últimos momentos de su gestión para jubilarse o autorizarse liquidaciones millonarias.
La nueva administración se está dando un balazo en el pie al iniciar su gestión en un escenario adverso. Más trabajo y bajas remuneraciones, sumado al desconocimiento de cómo se hacen las cosas que se evidencia en confusas declaraciones de funcionarios propuestos, quienes sin mayor análisis plantean acciones disparatadas en sus futuras responsabilidades.
Iniciar de esa manera la presumida transformación es un arrebato y riesgo mayor. De ahí que sea recomendable, como razonada medida de orden, realizar auditorías organizacionales antes de imponer cambios de fondo. En la fallida administración de Vicente Fox se optó por contratar “cerebros” a través de despachos de reclutador de talentos, sólo a un iluso se le pudo ocurrir semejante despropósito. La opción de hacerlo por cuotas de poder tendría igual o peor resultado.
Por el bien de la nación, y con el deseo de que a la próxima administración le vaya bien— porque le iría bien a México— el presidente electo debe controlar sus ímpetus y los de su círculo cercano e impulsar un ordenado y profesional relevo de cuadros directivos, no un “ukase” que imponga medidas propias de grupos cerrados y convencieros aduladores.