Transición
La realidad superó las expectativas. El primer debate presidencial, realizado el domingo pasado, despertó gran interés entre los analistas. Se reeditaba la fórmula, establecida desde 1994, para que los candidatos de los partidos constituidos intercambiaran propuestas y opciones de gobierno.
La primera novedad fue la inclusión, por primera vez, de candidatos independientes, resultado de las últimas reformas a la legislación electoral. Además de un formato, que en opinión de las autoridades del Instituto Electoral, institución encargada de la organización del evento, propiciaría una mayor interacción de los participantes: candidatos y conductores. La temática quedaba acotada a temas que, se asume, preocupan más a la ciudadanía; destacadamente la corrupción y la inseguridad.
La cita llegó implacable, y ante millones de aparatos de televisión y medios digitales nos aprestamos a presenciar el evento político. Habría que decir que para muchos expertos el resultado tendrá sólo efectos marginales en los indicadores de preferencias electorales, pero no dejaba de ser un momento relevante , producto de las mediocres campañas que poco han impactado en el interés de los electores, dada la baja calidad de las propuestas y la desdibujada imagen de los candidatos.
A lo largo de 120 minutos presenciamos el lamentable desempeño de los participantes. Un formato rígido y la reproducción de los defectos del debate que días antes se habían observado con los candidatos al gobierno de la Ciudad de México.
El factor tiempo, medido en segundos y una hipotética bolsa de tiempo, interrumpían la fluidez de las presentaciones e inhibieron el intercambio de ideas y proyectos de los contendientes. Tres conductores fijaron temas y preguntas, supuestamente provocadores, mismos que parecían incidir más en aspectos subjetivos y emocionales de los candidatos que en la profundidad de las temáticas convenidas.
Uno a uno, los candidatos y la candidata, dominados por el pánico escénico, atendieron líneas discursivas elaboradas por sus equipos de colaboradores, que buscaban desacreditar a los contrincantes, y señaladamente, al puntero de las encuestas y por mucho el protagonista antisistémico por excelencia.
Algunas puntadas de mal gusto, una apretada síntesis de los spots que inundan los medios de información y ataques que poco dignifican el debate, fue, una y otra vez, la estrategia que en forma coincidente cada participante asumió y, al final de cuentas, y ya en estado de total aburrimiento llegó el esperado final, oportunidad para regresar a la más divertida programación de los medios, destacadamente el inicio de la serie sobre la vida del cantante de moda, que inopinadamente inició esa noche con sabor a distractor planeado.
Afortunadamente, los post-debates han elevado el ejercicio competitivo en la lógica de “…lo que el candidato quiso decir”. Y a través de tramposas campañas mediáticas cada contendiente asume que ganó el debate argumentando mediciones propias sin ningún respaldo técnico, esa actitud no merece siquiera un comentario ya que agravia a la inteligencia.
El siguiente debate tendrá verificativo en Tijuana, el 20 de Mayo, y la temática programada se concentrará en las relaciones México-Estados Unidos, espacio geográfico en el que el vecino obligará a definiciones de mayor calado que eventualmente podrían impactar en la ruta de la contienda. Por lo menos es la expectativa del que escribe, y que hace votos por la elevación de la calidad del proceso electoral.
Mientras tanto, las próximas semanas permiten pronosticar el más de lo mismo. Estaremos atentos a los resultados de las mediciones demoscópicas y buscaremos impactar en las agendas de los candidatos para que, deseablemente, aporten mejores elementos que permitan mejorar la capacidad analítica de propuestas y proyectos.