Más de 9 mil 700 kilómetros de distancia separan al condado de San Diego de las calles empedradas, los canales y la historia del viejo continente.

Europa y sus siglos de vida, aún cuentan con ese encanto, que envuelve al más extrovertido, curioso, o simplemente a quien busca sentarse a tomar una taza de café mientras contempla las catedrales y el pasar de los locales.

Iniciamos nuestro viaje de verano en la caliente y cosmopolita Barcelona, con paisajes majestuosos desde el mirador del Tibidabo que se confunden entre las obras de Gaudí, también llamado el arquitecto de dios.

Nos sumergimos por primera vez entre la muchedumbre del barrio gótico, caminamos por kilómetros entre sus mercados llenos de coloridas frutas, gritos de los vendedores y risas de los visitantes, que juntos creaban un orden simplemente hermoso a los sentidos.

Impregnados de la emoción por conocer el mundo, visitamos en sólo tres días el templo expiatorio de La Sagrada Familia, el museo de Picasso, el emblemático parque Güell, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, la catedral de Barcelona, la playa de la Barceloneta, el mercado de la Boquería, el castillo de Montjuic y sus fuentes mágicas, y el estadio Camp Nou del Fútbol Club Barcelona.

Felices con las maravillas de Barcelona, sus deliciosos churros con chocolate y tapas, tomamos un tren al municipio de Pamplona, tierra de murallas y corridas de toros.

Llegar hasta ahí en tren, nos permitió apreciar otro lado de España, aquel rústico y campirano, rodeado de estructuras bordas, montañesas y alquerías; que juntas, formaron panoramas que quedarán por siempre en la memoria.

Pamplona es maravillosa, y desde nuestra llegada ver caminar a cientos de peregrinos por el camino de Santiago, nos hizo reconocer que tenía algo especial, y aunque éstos no se parecen en nada a los peregrinos tradicionales religiosos, sino más bien a jóvenes y adultos deportistas, nos invitaron más que nunca a conocerle más allá de las fiestas de Sanfermines.

El centro de Pamplona posee calles pequeñas y empedradas, una majestuosidad estética impresionante, rodeadas por 5 kilómetros de murallas que resguardan hermosos parques, catedrales góticas y su monumental plaza de toros.

El visitante que ingresa a la plaza, a pesar de no ser afín a la tauromaquia, se ve envuelto en sentimientos de emoción, temor y esplendor, por el viejo mundo de las corridas y la tradición de la Pamplonada en las fiestas de San Fermín, ahí donde después del llamado “chupinazo”, o señal de inicio al encierro, lleva a cientos de ciudadanos a intentar escapar de la estampida de toros que van a toda prisa a la plaza.

Sin duda Pamplona quedó en nuestros corazones para siempre, junto a su gente, sus deliciosos pintxos y sus espectaculares avenidas.

A una hora en carretera desde Pamplona, se encuentra San Sebastián, cuya cercanía nos motivó a llegar hasta la costa de Vizcaya, y es que, desde que observamos el puente de María Cristina junto a sus cuatro obeliscos y 18 metros de altura, su esencia nos atrapó para siempre.

El recorrido hacia su catedral, el paso entre sus departamentos de techos altos, tiendas de renombre que dan paso a un hermoso carrusel junto a la costa, no hicieron más que confirmar nuestra corazonada.

España es sin duda un país que nos robó mil suspiros.

Para continuar nuestra travesía, tomamos el siguiente avión a la capital francesa, París, en donde el cambio fue sorprendente, además de disfrutar el lenguaje del amor entre sus habitantes.

El transporte en París resultó un poco más complicado que en Barcelona, pues allá luces y mapas precisos explicaban dónde estaba cada lugar, en cambio en Francia, uno se enfrentaba a laberintos de rutas y líneas, que en ocasiones tomaban minutos a los turistas para descifrar.

Tras una primer impresión algo confusa e inesperada, descubrir los monumentos de París nos permitió reconocer la belleza y fama internacional del país de los mil quesos.

Monumentos como la Torre Eiffel, Notre Dame, el arco del triunfo y el Palacio de Versalles, quitan el aliento en minutos, al ser obras increíbles que de lejos y cerca embriagan con su esplendor.

Entre calles parisinas visitamos el Museo Louvre, que, con la Mona Lisa, su diosa de Milo, el Toro Alado del imperio Asirio de 730 a.C y la coronación de Napoleón, cuenta con 35 mil obras que integran este museo nacional, catalogado como uno de los más importantes en el mundo.

Durante nuestra estancia en París, decidimos mezclarnos con los nuestros en el barrio latino, gritamos con pasión por el fútbol en el estadio Parc Des Princes al ver jugar al Paris Saint-Germain y disfrutamos de la repostería francesa en un lindo café tradicional.

Luego de unos días viajamos 509 kilómetros hasta Ámsterdam, unas de las ciudades más progresistas y magníficas de Europa, sin duda una de nuestras preferidas durante esta experiencia.

En Ámsterdam, nos reconocimos lejos de California al observar como mujeres y hombres viajan en bicicleta al trabajo, todas adaptadas para llevar la computadora portátil, el bolso y los artículos necesarios para cumplir con sus actividades cotidianas.

La ciudad rodeada por más de 75 kilómetros de canales declarados como Patrimonio de la Humanidad relatan el pasado de una sociedad fuertemente enfocada al comercio y la protección de ataques de guerra.

Ámsterdam es conocida por sus coffee shops donde se vende de manera legal marihuana y sus zonas de tolerancia en donde prolifera la prostitución, sin dejar atrás su cerveza artesanal que cautiva a sus visitantes.

Dentro de la capital de los Países Bajos, también se encuentra la famosa casa de Ana Frank, en donde la compra anticipada de boletos es requerida, a través de su portal en internet, dos meses antes de la visita, sin embargo, si se llega por la tarde, es posible hacer una fila que tras una larga espera, dará acceso a los escondites donde Ana junto a su familia, cuando estos huían del poderío de la Alemania Nazi, dieron vida al renombrado diario de Ana Frank. Visitar este espacio valió cada segundo de nuestro tiempo y mantuvo una constante emoción y un nudo en la garganta en cada paso.

Ámsterdam acompañada de su serie de museos, parques y patrimonio histórico fue una de las ciudades que más disfrutamos visitar. Su cultura entre zapatos zuecos, deliciosos hot cakes y la amabilidad de su gente, nos dejaron inmensas ganas de regresar.

Para La Prensa en San Diego, fue una experiencia magnífica visitar el viejo continente y compartir con todos nuestros lectores las historias de estos lugares, momentos que nos dan un panorama más amplio de las formas en que se vive en este planeta, planeación urbana, empleos, gastronomía, servicios de transporte y comunidades, confirmando que estamos en constante transformación para ser mejores.