Los Impuestos
En el discurso electoral, ese que se construye para sensibilizar al ciudadano y convencerlo de las bondades de emitir su voto por la propuesta política que puede hacer realidad un mejor futuro es, al final de cuentas, una costumbre asumida con resignación por más que se formulen compromisos de “hacer más con menos”, es decir realizar obras públicas con eficiencia, lo que es un espejismo que se diluye tan pronto los candidatos asumen el poder y las promesas se convierte en la pesadilla de enfrentar aumentos de impuestos y el incumplimiento de las acciones de beneficio comunitario prometidas.
Las teorías clásicas sobre los impuestos anteponían al ejercicio del gasto, y la consecuente fijación de carga fiscal, que se realizará previamente un ejercicio riguroso en el que se justifica con razones de peso el propósito de los presupuestos, el pago de la nómina gubernamental y la realización de obra pública.
Con el tiempo, esa responsabilidad se ha relajado. Hoy, en la más absoluta oscuridad, se arman programas anuales cargados de sorpresas que se alejan a las demandas de la sociedad y, en varios casos, se descubren contubernios que benefician a contratistas cercanos y al pago de una elevada carga de burócratas improductivos.
Para enfrentar la crisis bursátil de 1929, el presidente Franklin Delano Roosevelt ofreció un ambicioso plan de recuperación aplicando las teorías del economista John M. Keynes quien consideraba que el gasto público era el multiplicador de la recuperación y el factor de la reiniciación del ciclo virtuoso de la economía. La ecuación resultó exitosa y se pudieron sortear los malos años de la depresión.
Pero hoy, casi un siglo después, el panorama se vuelve a vislumbrar sombrío y voces calificadas advierten del riesgo de un colapso de la economía mundial que continúa acumulando déficits en forma alarmante. Las respuestas no parecen estar a la altura del problema y la aplicación de paliativos parece ser la cómoda ruta de autoridades que esperan que en forma milagrosa se restablezca el orden en las finanzas nacionales.
Preocupante es observar la descuidada priorización de metas anuales en las que se destinan enormes recursos a gastos militares o a la realización de obras improductivas o, como en algunos países, la desviación de recursos públicos para beneficio de la camarilla en el poder; ejemplos sobran cosa de revisar la prensa diaria.
En México es escandalosa la corrupción de los gobernantes que sin ningún recato o forma de control han diezmado las finanzas locales y se escabullen de una justicia que parece ser tolerante y cómplice de esas nocivas prácticas. Desafortunadamente ese patrón de conducta se reproduce en otras latitudes en las que la clase gobernante se convierte en un club de mafiosos sin escrúpulos ni medida.
Hoy los ciudadanos exigen transparencia total en el destino de los impuestos y la correcta aplicación de las partidas aprobadas en tiempo y forma. No es permisible el abuso y se impone un castigo ejemplar a las desviaciones. En ello va el futuro de la armonía y la paz social.