Madre Hondureña y su Hijo con Síndrome de Down Encuentran Paz en San Diego
Doña María Luisa Cáceres, Mary, lloraba y abrazaba a su hijo con convulsiones, sentados en una banqueta en Otay.
Javi, su hijo adolescente con síndrome de Down, temblaba mucho, se había desmayado hacía un momento; llevaban más de 24 horas sin comer, habían pasado cuatro días en el centro de detenciones de Otay y esa noche unos agentes les dijeron que subieran en unos vehículos en los que ya se encontraban otras familias.
Mary dice que sorpresivamente los agentes detuvieron los vehículos tipo van, abrieron las puertas y dijeron a las familias que caminaran en cierta dirección. Pasó todavía un rato para que Mary comprendiera que estaban por fin en una calle de Estados Unidos.
Una tras otra, las familias con las que salieron Mary y Javi se marcharon. Los liberados llamaban por teléfono, llegaban personas a recogerlas y se iban. A Mary le dijeron al menos dónde encontrar un teléfono público para obtener asistencia en español.
“Hola”, le dijo Mary al papá de Javi, quien contestó desde Denver, Colorado, “ya nos soltaron de migración, pero tienes que venir a recogernos”.
“No, yo no voy a poner en riesgo a mi familia actual por ir a recorte a ti y a tu hijo. Andá verás qué haces”, le contestó su expareja.
Era el mismo padre que había abandonado a Mary cuando Javi tenía dos días de nacido, solo que esta vez la situación de la madre hondureña y su hijo era realmente crítica.
Estaban solos Javi y ella, sin conocer a nadie, sin dinero, en una banqueta sin tener idea de dónde quedan Otay o Denver, en la madrugada cuando las escasas personas que pasaban solo hablaban inglés, en calles desconocidas, con frío, sueño y hambre, y con Javi que empeoraba.
Dice Mary que un señor taxista que se acercó, sin decir nada se quitó la chamarra y cubrió a Javi, que estaba por perder de nuevo el conocimiento. Ese taxista debió haber notado que Mary tenía un grillete electrónico porque algunos de los escasos peatones comenzaban a acercarse con curiosidad. Hacía horas que habían salido del centro de detenciones.
Mary recuerda que entre esos curiosos escuchó a una joven embarazada decir algo en español, y le pidió ayuda.
“A ver, madre, cómo le ayudo”, le preguntó la joven embarazada, al tratar de consolar a Mary que no dejaba de llorar.
Aparte de los datos del padre de Javi, el único número telefónico de alguien conocido que Mary llevaba consigo, de casualidad, era de otra joven, de una organización de apoyo a migrantes en la ciudad de México. Pero la hora de madrugada, fue a la quinta llamada que la joven desde la capital mexicana respondió.
“Pero qué barbaridad”, dijo la joven desde México. Pidió en la misma llamada a la joven embarazada que por favor les apoyara mientras encontraba ayuda en Estados Unidos. La joven en Otay no solo aceptó acompañar a Mary y Javi, sino que empleó algo de sus estampillas de comida para darles algo de comer.
De la Ciudad de México llamaron a Nueva York y de Nueva York a San Diego y por fin alguien llegó a recoger a madre e hijo hondureños.
En una casa donde les han dado alojamiento, Mary dice que les era imposible vivir en Honduras y por eso cuando ella se enteró de que una caravana saldría de San Pedro Sula con intención de llegar a Estados Unidos no lo pensó dos veces.
Javi creció en un ambiente hostil, entre niños y adultos crueles que lo discriminaban y acosaban por tener síndrome de Down. Era un maltrato que parecía no tener fin. Javi a veces no se da cuenta, pero llega a sufrir. Es muy cariñoso, por lo general abraza en vez de simplemente saludar y regala sonrisas hasta por el menor motivo.
Su padecimiento se tornó dificultad para recorrer las 4,500 millas hasta Tijuana, Javi enfermaba, se desmayaba, recaía. Mary, de tanto cuidarlo también enfermó, de las vías respiratorias. La habían atendido y le dieron antibióticos en la Ciudad de México, medicinas que se habían acabado hacía semanas cuando la dejaron en Otay.
Al final del mes tiene una audiencia y de acuerdo con sus abogados lo más probable es que la dejen quedarse para que Javi, y ella por ser la madre, ya no sufran más discriminación.
Y ahora parece que las sorpresas no paran. Alguien en redes sociales se enteró de que a Javi le gustan los carros y en anonimato le mandó a San Diego el primer regalo que el adolescente hondureño ha recibido en su vida, un auto de control remoto, con el que juega sin descansar.
De acuerdo con organizaciones no lucrativas de San Diego, desde principios de noviembre van unas 500 familias, en su mayoría centroamericanas que la Oficina de Inmigración y control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) ha dejado en la calle al dejarlas salir en libertad condicional.
Grupos de apoyo a migrantes de San Diego se coordinan ahora con departamentos de policía para que los agentes del orden les avisen si encuentran familias como la de Mary y Javi, dejadas a su suerte.